Es inevitable. Cada vez que los terroristas maten se nos encogerá el corazón -cuando no el cerebro- escuchando que esto se arregla a base de bombardeos o que al islamismo convertido en arma criminal se le liquida eliminando la pobreza en Oriente Medio. Es difícil elegir cuál de estas dos estupideces es mayor o menos peligrosa; el salvajismo belicista y el buenismo progresista terminan justificándose mutuamente. Un poco más modestamente cabe centrarse en Bélgica y preguntarse, con humildad analítica, por qué ha ocurrido esta matanza precisamente ahí; por qué, igualmente, las fuerzas y cuerpos de Seguridad europeos estiman que los brutales atentados de París del año pasado se planificaron en Bruselas y sus alrededores.

Las policías de medio continente muestran un discreto pero firme desprecio por una situación que a las autoridades belgas se les ha terminado por escapar de control. El Estado belga -una ficción administrativa bastante reciente- evidencia síntomas de disfuncionalidad desde hace décadas. Es muy recomendable un reportaje publicado en la revista digital Politico.eu y que narra, con hechos, cifras, nombres y apellidos, cómo Bruselas, y particularmente el distrito de Molenbeek, se ha transformado en un centro de llamada para el salafismo. "Bélgica cuenta con ocho parlamentos (el federal, tres regionales, tres de comunidades lingüísticas y el europeo) y el área metropolitana de Bruselas con diecinueve municipios, con diecinueve alcaldes, y en el país operan seis cuerpos de policía distintos". Desde 1960 y hasta anteayer se asentaron en Molenbeek decenas de miles de musulmanes -procedentes mayoritariamente del norte de África- a los que se cortejó electoralmente. Los sucesivos gobiernos belgas eligieron construir una vía diplomática privilegiada con Arabia Saudí -quizás el Estado árabe que más gasta en la extensión del salafismo y la financiación de escuelas coránicas- para conseguir contratos petroleros a precios tolerables. Fruto de semejantes cortesanías fueron la apertura del Centro Cultural Islámico de Bruselas y la construcción de una gran mezquita donde, con una insólita libertad, numerosos imanes llevan más de treinta años difundiendo los preceptos salafistas, lo que ha llevado a la creación de movimientos islamistas con fluidas conexiones internacionales. La incompetencia generalizada de un conjunto de policías cuya profesionalidad se mueve en un punto intermedio entre Peter Sellers y Louis de Funès ha hecho el resto. La exacerbación de los regionalismos en una incesante guerrilla parlamentaria, el electoralismo miserable enmascarado de multiculturalismo comprensivo, la imbecilidad política y la superstición de que un elevado consumo de proteínas protege del fanatismo religioso han llevado a los belgas a esta situación literalmente explosiva. Bruselas debe ser, está condenada a ser con urgencia, un laboratorio europeo para modelizar la necesidad de extirpar la violencia del fanatismo religioso sin menoscabo de las libertades civiles.