Resucitado es una película cordero con piel de lobo. Una táctica tan legítima y comercial como la de estrenarse en Semana Santa, como en aquellas épocas en las que la cartelera se llenaba de estrenos y reestrenos de cariz religioso. Precisamente por ese cariz, Resucitado tendrá muchos espectadores que buscan una experiencia que va más allá de lo puramente cinematográfico.

¿Y como película a secas, qué? Pues muy poca cosa, la verdad, y la culpa hay que buscarla precisamente en el descarado propósito de sus responsables de ganarse a los espectadores ocasionales que van a las salas atraídos por el toque religioso de la historia y que esperan lo que acaban recibiendo: una recreación previsible y mil veces vista sobre el Nazareno, sin nada nuevo ni original salvo, para mal, una secuencia pretendidamente impactante que recuerda una explosión nuclear.

El interés de Resucitado para el público no militante (a favor o en contra) se encuentra en su primer tramo, donde se aborda con un planteamiento detectivesco: qué pasó con el cuerpo de Cristo tras la crucifixión.

No es la primera vez que esta secuencia abre una película en lugar de cerrarla (véase La túnica sagrada, argumentalmente parecida), pero sí es novedoso que Poncio Pilato, tras secarse las manos manchadas de sangre, encargue a uno de sus hombres que custodie la tumba y luego investigue quién se llevó el cadáver en plan Philip Marlowe.

Hasta ahí, bien. Kevin Reynolds, que llegó a manejar presupuestos inmensos en Robin Hood y Waterworld, maneja con habilidad sus escasos medios (en su mayoría españoles, incluidos los paisajes de western de aire fantasmagórico en los desenterramientos) y demuestra lo que sus trabajos anteriores dejaban claro antes de caer en desgracia: un sentido clásico del espectáculo, un manejo sensato y bien intencionado de la cámara, sin aspavientos ni moderneces pronto anticuadas.

No es que Joseph Fiennes haya mejorado mucho como actor, pero aquí su permanente expresión de desvalimiento le va bien a un personaje que procede de la incredulidad y el hastío. La película se mueve con fluidez, los diálogos tienen aristas que evitan el maniqueísmo (salvo en el caso de un caricaturizado Caifás) y el toque negro parece anunciar un desarrollo distinto de una historia tantas veces contada.

Pues no. Nada de eso. Llegados a un punto de no retorno, el guión abandona la senda policiaca y se rinde al tópico, a la imaginería de siempre, a los milagros y frases evangélicas, a la versión oficial e inamovible, con una imagen del Mesías y sus seguidores muy pobre cinematográficamente hablando, con un guión que se cruza de brazos de pronto y unos actores que se limitan a recitar sus frases con cara de estampita. En fin: nada del otro jueves, santo o no.