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Alfonso González Jerez

Retiro lo escrito

Alfonso González Jerez

Envenenamiento religioso

Una concejala -¿se puede decir que de Podemos?- se ha manifestado contra el espectáculo sangriento de las corridas de toros, pero se ha negado a firmar una declaración de condena de su ayuntamiento contra los atentados en Bruselas. No recuerdo que pretextó esta mendruga, pero semejante imbecilidad moral está más extendida de lo que se cree entre los altos páramos de la izquierda. Porque no muy diferente es ese breve rodeo argumental que pretende demostrar que la matanza de Bruselas -como las de París o Madrid- no tienen otros culpables, en fin, que nosotros mismos. O, en todo caso, que los gobiernos europeos. Les pondré un ejemplo: un tuit de Izquierda Unida -replicado una y otra vez por sus organizaciones territoriales y fuerzas afines, por supuesto- del que se podía deducir sin mayores complicaciones que si se acababa con la pobreza (¿dónde?) y no se le vendían armas (¿a quién?) el terrorismo yihadista desaparecería como un azucarillo en el agua. Desde este punto de vista la religión sería apenas un asunto colateral de la violencia terrorista de origen islámico, un canal por donde circularía y estallaría una ira más o menos justificada y justificable, aunque estuviera equivocada. Por supuesto, estas simplezas se venden como si fueran verdades ocultas por los verdaderos poderes de las democracias liberales: menos mal que está gente como Alberto Garzón, por ejemplo, para ilustrarnos.

Deberíamos construir otro discurso crítico más lúcido, más honrado intelectualmente, más capaz de provocar cambios y garantizar la seguridad sin socavar los derechos constitucionales. Reconocer, por ejemplo, que el terrorismo yihadista se nutre de odio religioso, una fuerza atroz que ha recorrido la historia humana para ahogarla en sangre y sembrarla de ignominia. El milenarismo islamista se explica porque esta confesión religiosa no ha sido combatida, por supuesto, para dejarla en su sitio, como ha ocurrido durante los últimos siglos con las confesiones cristianas y con el judaísmo en sociedades cada vez más secularizadas. Sí, es cierto que el Islam puede ofrecer luces brillantes entre sus sombras criminales (el Mut'azili, en sus inicios una teología de vocación racionalista, el imán al-Shatibi, un jurista excepcional del siglo XIV que propugnó cautamente una separación entre iglesia y Estado o hasta un pensador ateo del siglo IX, el divertido al-Ma'ari, cuyas estatuas derribó Al Qaeda en Siria hace pocos años) pero no una evolución hacia la modernidad científica y filosófica. El Islam, lo mismo entre chiitas que entre sunitas, se considera fuente de autoridad política y regulador de normas de convivencia pública. Es difícil encontrar un musulmán que entienda que su libro sagrado no debe codificar las relaciones sociales y limitar los poderes públicos.

Dos de los jóvenes responsables de los atentados en Bruselas eran belgas y se educaron como belgas. No sufrieron hambre, ni violencia institucional, ni invasiones militares. Les envenenó una religión y su visión grotesca, cruel y sanguinaria del mundo. Por supuesto que las agresiones imperialistas y los gobiernos corruptos alimentan este odio. Pero es una rencorosa rabia de siglos, no una reacción ante la política de Washington o la fundación del Estado de Israel.

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