La Provincia - Diario de Las Palmas

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Reflexión

Europa en libertad

En estos momentos tan tristes, de desolación e indignación, la razón debe prevalecer y recuperar su dominio. Son varios los intentos de llevar a Europa a una época oscura, ajena a los ideales que hoy, pese al dolor y la infamia, siguen mostrando al mundo que esta comunidad de progreso y respeto por los derechos individuales no a va a dejarse humillar por aquellos que desean el caos y la destrucción. Europa está herida, pero no vencida. Y este mensaje de orgullo por lo conseguido en el pasado no debe hacernos perder de vista la lucha en la que todos, incluso los ilusos o desorientados, nos hallamos. Es una lucha por una civilización, la nuestra, que tendrá muchos puntos controvertidos, acaso reprobables, pero, en absoluto, puede ponerse en el mismo nivel moral que esos otros, los violentos, los que desean su aniquilación, intentan, a veces con la inesperada ayuda de los que, por su condición o representación, deberían mantenerse firmes antes el envite de las fuerzas del mal.

Erich Fromm, que vivió en sus carnes el asalto de la irracionalidad, avisó de un error que, casi al desliz, se extendía por los estados modernos, en especial, aquellos que habían conquistado una convivencia democrática. Conviene releer las reflexiones de El miedo a la libertad porque en esta obra palpita el alma de un pensador fatalmente avezado con las sombras del odio y el caos, las que ahora vuelven a asediar el corazón de Europa. "La libertad ha alcanzado un punto crítico en el que, impulsada por la lógica de su dinamismo, amenaza en transmutarse en su opuesto", decía el germano, y justo en estas horas dolorosas, deben sonar con la misma intensidad que lo hace la luz que desprende el lejano faro que nos salva del desastre y nos conduce a buen puerto.

Muchos opinan que Europa, y por la razón que fuera, que es casi lo de menos, está tributando en sangre la deuda contraída con los pueblos desfavorecidos, con aquellos que en cierto modo pudieron sentirse ofendidos o defraudados por una civilización que, a sus ojos, debería haber tomado un rumbo diferente. Los que así piensan traicionan la propia libertad que han jurado defender; los que así se manifiestan reniegan de una convivencia ejemplar, en más de un sentido la envidia del resto del globo; los que así creen abogar por un mundo más justo y equilibrado faltan al primer valor, el más primario entre los seres que viven en comunidades, el respeto. Los ilusos del "mal europeo", como desencadenante del terrorismo yihadista, atentan contra sus propios compatriotas, contra la dignidad de un continente y contra la moral en sí misma.

Por otra parte, estos mismos que vituperan sobre la intervención de los Estados en el control de los abusos y excesos en la convivencia, que malinterpretan la autoridad y la someten a una torsión insufrible, también alejan de sí las lecciones que nos ha brindado la historia universal. Proclaman que el relativismo social y ético debería ser la bandera a seguir, confundiendo, aviesamente, el segundo mensaje de Fromm, tan importante como el anterior. "La autoridad entraña el propósito de desarrollar y expandir el yo individual". Aumentar las esferas de proyección del individuo jamás debe poner en riesgo el modelo de convivencia que nos hemos dado los europeos.

¡Ya está bien! Europa no es culpable de los males que pudieran haber sufrido determinadas comunidades, ni tampoco es responsable de la situación de muchos desfavorecidos, sean de donde sean. Pensar de esta manera termina por justificar lo que ocurre en la actualidad. Moralmente es indefendible que los europeos, como tales, con nombres y apellidos, sean los que se ocultan en las brumas del mal que asola ciertas partes del mundo. Sin embargo, así se expresan determinadas voces, algunas muy señaladas, tanto en España como fuera de ella, cayendo en la injuria a todo un continente.

El pensamiento, siempre libre, debe mostrar un exquisito respeto por la moral en el discurso, porque, en caso de no hacerlo, se llegan a legitimar ciertas conductas alevosas con una tradición, pero todavía más injustas con las personas concretas, con las que, llegado el momento, nos pueden exigir unas responsabilidades que, por ahora, desgraciadamente, no veo a mi alrededor. Siempre libertad, nuestra mejor amiga, pero las genuinas amistades no admiten, y menos toleran, el abuso. Respeto por las personas y por las ideas, por supuesto, si bien las segundas jamás deben comprometer la existencia de las primeras.

El que vulnere este principio desprecia, asimismo, el valor supremo de la vida humana. Eso es lo que defienden, precisamente, los ideólogos de los atentados en Europa. Quiero pensar que la civilización que ellos desean destruir proclama, en lo particular y en lo general, en las personas y en las instituciones, que nada ni nadie puede estar por encima de la humanidad.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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