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Campechano

La inteligencia de la Inteligencia

Los atentados de París y los más recientes de Bruselas han vuelto a poner sobre el tapete de las dudas razonables la eficacia de los aparatos de Inteligencia de la UE y de los países que la componen. La Staatsveiligheid belga atraviesa por sus peores momentos de imagen y credibilidad, máxime cuando el pasado mes de agosto sufrió una profunda reconversión para centrar sus esfuerzos en la lucha contra el terrorismo yihadista creando dos nuevos departamentos especializados. En total, unos 610 efectivos componen el aparato del Estado en este área, según informaba el diario belga L'Echo.

Los expertos afirman que la sede de la Inteligencia belga no está en Bruselas sino en París. De hecho, fueron los servicios de la DGSE (Direction Générale de la Sécurité Extérieure) los que localizaron al hoy detenido Salah Abdeslam, en "estrecha colaboración" con los agentes belgas.

Tras los atentados de Bruselas, la primera comparecencia de una autoridad para dar a conocer el relato de lo sucedido, tanto en el aeropuerto de Zaventem como en la estación de metro de Maelbeek, fue la del ministro de Interior francés. El Ejecutivo belga se dirigió por primera vez a la población ocho horas después.

Mientras Europa se repone del nuevo mazazo terrorista en pleno corazón de una Unión fragmentada y debilitada (las leoninas condiciones del Reino Unido para permanecer en la UE y su amenaza de Brexit o la vergüenza por la solución a la crisis de los refugiados) es momento de consolidar la coordinación, verdadera, comprometida y sin líneas rojas.

Los servicios de Inteligencia de todo el planeta, los del viejo continente incluidos, son hoy en día departamentos estancos, encorsetados en un nacionalismo estatal incomprensible sujeto a los celos y recelos por manejar y transferir, en tiempo y forma, toda la información sensible.

Muchos desconocen que el máximo responsable de la UE en velar por detectar y neutralizar la perpetración de actos terroristas, en especial el fundamentalista islámico, es un español. El coronel de la Guardia Civil Manuel Navarrete, director, desde principios del presente año, del recientemente estrenado Centro Europeo Contra el Terrorismo (ECTC), integrado en Europol.

Y suena a hiriente ironía o contrasentido porque la nueva oficina tiene como principal objeto "maximizar la capacidad de intercambio de información tanto operativa como estratégica en ámbito de la lucha contra el terrorismo". Sin embargo, se hace más difícil todavía explicar a la ciudadanía que hacía dos meses que este órgano no se reunía con todos los dirigentes de Interior de los diferentes Estados.

El ECTC fundamenta sus líneas de actuación amparándose en el Siena, una red de intercambio de información para facilitar la conectividad entre los Estados miembros y la Europol. Pero esto, a día de hoy, parece que ha quedado solo en el papel. El coronel Navarrete, uno de los máximos exponentes en la lucha contra ETA en el País Vasco, goza del respeto de sus homónimos en los cinco continentes. Por desgracia, España es un país con amplia experiencia en la lucha antiterrorista.

Tras el escenario de devastación en Bruselas, los Estados se han apresurado a reforzar las medidas de seguridad elevando los niveles de riesgo a "atentado inminente". España, por decirlo de alguna forma, ha activado el nivel 4,5 (sic) con refuerzo de la presencia policial en puertos y aeropuertos. La pregunta a hacernos es, ¿cuánto tiempo pueden soportar los países manteniendo un estado de sitio light con la tensión social y el coste económico que ello supone?

Solo el despliegue policial y militar desarrollado tras los atentados de París el pasado mes de noviembre, con 130 muertos y 352 heridos, ha costado a la administración francesa 500 millones de euros. Los terroristas del ISIS que actuaron en tres puntos de París necesitaron apenas 50.000 euros para noquear con inusitada crueldad la convivencia del país galo y de media Europa.

Estos argumentos, considero, son pruebas que evidencian que legislación y normativa hay, y suficiente. Pero nos olvidamos de un detalle: su aplicación efectiva y coordinada.

El Estado Islámico ha venido a Occidente para quedarse y extenderse como plaga bíblica o coránica. Los que cometen las masacres en Europa no son esbirros extranjeros, son ciudadanos europeos de segundas y terceras generaciones de inmigrantes que se sienten castigados y ninguneados por sus administraciones y representantes políticos. Jóvenes sin trabajo, residentes en barrios marginales sin perspectivas de presente y futuro.

La yihad es su salida de emergencia para sentirse personas, para dotarse de una personalidad e identidad que el país donde nacieron les ha usurpado y que, consideran, no les representa. Y para conseguir que su ley divina reine en la Tierra han de exterminar a los conversos, a los que les han negado el pan y la sal. Así lo ponen de manifiesto informes top secret del MI6 británico, del Mossad israelí, DRM o DGED marroquí o de la propia CIA norteamericana.

Del lobo solitario hemos pasado a la jauría de lobos. Soldados perfectamente adiestrados en la guerra de guerrillas en Siria o Irak, duchos en el manejo de armas, en la preparación de explosivos que ahora retornan a Europa con el síndrome Rambo, inyectos de ánimo de venganza como obsesión capital.

Los expertos en inteligencia han determinado que en las acciones de París participaron, al menos, unas 30 personas, entre los autores materiales y los que componían el aparato logístico. Se trata de células durmientes que se activan tras la orden de Abu Bakr al-Baghdadi, el autoproclamado califa de la banda terrorista.

Bruselas es la capital de Europa. Allí se ubican las sedes del Parlamento Europeo, de la Comisión Europea y, nada menos, de la OTAN. Y dentro de la ciudad aparece el distrito de Molembeek, el prolífico semillero de fanáticos incontrolable e incontrolado. Sorprende conocer que desde Bélgica, con poco más de 11 millones de habitantes, han viajado a los dominios del ISIS en Siria, Afganistán o Irak más de 500 jóvenes. De España, con 46,5 millones de habitantes, se han incorporado a sus filas unas 160 personas.

Los datos que aporto son los que he leído en distintos medios de comunicación y en algún documento más. Pero toda esta información es pública y notoria. No son secretos los porqués de la radicalización, las causas y las razones, los objetivos y los medios para lograrlo. Los servicios de inteligencia son perfectamente conscientes de que se enfrentan a una guerra mundial. Como rubricó el papa Francisco: "Una tercera guerra Mundial en cuotas".

Madrid, Londres, París, Bruselas? cuál será la próxima. Los entendidos apuntan a Roma como objetivo inmediato para atentar indiscriminadamente. La sede del Vaticano, baluarte del cristianismo en el mundo. De hecho, los atentados de Bruselas se producen en plena Semana Santa, fecha clave para el catolicismo. Quieren dar y quieren dañar física, emocional y espiritualmente al mundo que no comulga con sus abyectas premisas.

Ankara, Burkina Faso, Costa de Marfil? Los atentados que se vienen produciendo en diferentes países africanos y que seguimos en los informativos televisivos, periódicos y radios no nos caen lejos. De hecho, sus objetivos son siempre personas e intereses occidentales. Están ahí, en casa. Y no es solo el ISIS el que actúa. Son hasta ocho los grupos yihadistas que vienen sembrando el terror en medio mundo.

El campo de batalla elegido por los radicales es amplio y sigue creciendo. En los territorios conquistados se hacen fuertes y ya dominan más de 250 kilómetros de costa mediterránea, a poquitas horas de navegación o vuelo a Europa. Poner las botas en los territorios donde se asientan sería como echar gasolina a la hoguera. Así lo constatan los expertos.

La única salida que nos queda para rebajar los niveles de tensión y de riesgo de atentado es actuar en dos áreas: promulgar urgentemente medidas que integren social y laboralmente a los hijos y nietos de los inmigrantes musulmanes que residen en Europa, para frenar su radicalismo y que recobren su identidad. La segunda, optimizar los sistemas de información forjando vasos comunicantes ágiles y honestos entre los servicios de inteligencia afines. De no ser así, tendríamos que dar por válida la máxima de Ortega: "La mayor parte de los hombres tiene una capacidad intelectual muy superior al ejercicio que hace de ella".

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