Sigue, inexorable hacia el 2 de mayo, la cuenta de los días perdidos. El tiempo estancado de la política se solapa con el receso total del país, un aparente sosiego generalizado de efectos calmantes que en nada despeja la gran incertidumbre de si habrá Gobierno o volveremos a las urnas. Liberados de la urgencia del pronunciamiento diario, quedaba la remota esperanza de que de este periodo de quietud surgiera alguna aportación nueva, que contribuyera al desbloqueo de una situación que empieza a generar un cierto deterioro institucional. La negativa del Gobierno de Rajoy a someterse al Parlamento es un signo de cómo el vacío político está rellenándose de retorcidas y peligrosas ocurrencias que delatan la incómoda posición en que la fiscalización ordinaria coloca a un Ejecutivo en funciones, para el que acudir al Congreso a rendir cuentas fue en los últimos años apenas un trámite.

Existe una amplia mayoría parlamentaria, de la que sólo queda fuera el PP, convencida de que un Gobierno ajeno al Parlamento resulta inaceptable. Acabar con esa situación sería una demostración fehaciente de que, al fin, hay nuevos usos políticos. Por ello resulta inexplicable que, sobre la base de esas coincidencias elementales, que pueden quedar patentes cuando la Junta de Portavoces decida hoy si convoca o no una sesión de control al Gobierno, no se busquen vías para un acuerdo más amplio.

Es una oportunidad para explorar nuevos terrenos de coincidencia a partir de cuestiones muy básicas, tanto que podrían figurar en la lección rápida de introducción a la democracia que Obama desgranó la semana pasada en La Habana, pero que adquieren enorme relevancia a la vista de que hay que defender lo evidente: que un Gobierno sin control carece de validez democrática.