La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Percances II

No quisiera ponerme pesado con mis situaciones de "he vuelto a nacer" pero sí que desearía reseñar un par más de ellas por deferencia a mi invisible pero omnipresente ángel de la guarda, que en éstas tuvo que echar el resto.

La primera tuvo lugar en condiciones ideales para un percance: de noche, nevando, con prisas, cansados y en una carretera secundaria del norte de Dinamarca, rodando tres amigos en un Simca Aronde bastante próximo al desguace (y que sin nosotros imaginárnoslo, iba al encuentro de dicho destino esa misma noche, y además de golpe y sin anestesia).

Yo iba acostado dormitando en el asiento de atrás, con el piloto y copiloto delante cuando al experimentar el coche un violento vaivén, haciendo eses en la calzada nevada, me incorporé para ver lo que estaba ocurriendo; el conductor había perdido el control, y estaba denodadamente intentando evitar un choque frontal con otro vehículo que venía en dirección contraria. Supo evitar el encontronazo, pero no que el coche se saliera literalmente volando de la carretera, para impactar con un poste de tendido eléctrico, partiéndolo limpiamente y, tras varias vueltas de campana, aterrizar boca abajo entre la nieve. Yo perdí momentáneamente el conocimiento y al recobrarlo me encontré con un panorama poco tranquilizador. El sillón trasero donde poco antes había descansado mi cabeza, había sido ocupado por el techo del coche, de modo que entre éste y el asiento no hubiese cabido ni un papel de fumar (y mucho menos mi cabeza durmiente, por supuesto). Afortunadamente mis compañeros de viaje habían salido ilesos. Yo intenté salir por la ventana pero no conseguía bajar el cristal, cosa bastante lógica habida cuenta que estaba dándole al revés a la manivela, porque lo que procedía era subirlo, no bajarlo, al estar el coche patas arriba. Al conseguir por fin arrastrarme fuera por un hueco de la ventanilla trasera pude comprobar cómo goteaba la gasolina sobre la nieve , al quedar también boca abajo el abollado tapón del depósito. Aunque el olor más penetrante no era el de la gasolina, sino el de la ginebra derramada en el portabultos, correspondiente a dos botellas de Gordon's que nos acompañaban (y que ni siquiera habíamos tenido oportunidad de probar, cuidado). Cuando llegó la patrulla de rescate, venía ya de uñas, pues el pueblo del que provenía se había quedado a oscuras por nuestra involuntaria tala de poste eléctrico. Tampoco mejoró la situación ante el pestazo a alcohol que emanaba de los restos del vehículo.

Sea como fuere, el percance se saldó con nuestro vehículo convertido en chatarra, y una clavícula rota, la mía izquierda, que los cuidados médicos recompusieron con un arnés en forma de ocho, sin encajar primero los dos extremos del hueso, con lo que me ha quedado una clavícula más corta que la otra. Si dudan de lo que les estoy contando, será un placer mostrársela.

Vaya, como veo que me he extendido demasiado, tendré que dejar para un próximo episodio el segundo percance, cuando de verdadero milagro escapó mi cráneo de ser arponeado.

(Continuará)

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