Aunque en casa suenen casi a diario nuestras canciones, tu bellísima voz, hace ahora una década, se apagó para siempre. Te recuerdo con cariño en el avión (yo era auxiliar de vuelo) y solíamos coincidir yendo y viniendo de Madrid a México, o también a Los Ángeles, Miami o Buenos Aires; eras, verdaderamente, como aquella chica del trébol humilde, encantadora, entrañable; en suma: la anti-diva, aunque en las Américas -dondequiera que actuaras- te llamaban La Señora (así, en letra mayúscula). Desde Canción de juventud hasta la conquista de México habrías de recorrer un largo sendero lleno de premios y ovaciones, así como el reconocimiento de la crítica y el público, pasando por el cine musical (Las Leandras) hasta la comedia dramática (en teatro, dirigida por Adolfo Marsillach, junto a Carlos Larrañaga y Francisco Valladares: Un domingo en Nueva York); y también para el cine, el drama (dirigida por Angelino Fons, con Amparo Soler Leal y Julieta Serrano: Marianela). Entre las artistas españolas, una carrera como la tuya, querida Marieta, no es lo habitual. Poseías el don de la versatilidad (cine, teatro, televisión, canción española, boleros, y hasta folías). Aún recuerdo tu recital en Madrid, en los años 70, cuando cantaste People de Barbra Streisand, y nos quedamos todos boquiabiertos; o cuando en plena apoteosis -ya en los años 80- llegaste de América al Florida Park con tus rancheras y románticas baladas, y con La gata bajo la lluvia para mayor deleite de tu público incondicional. Desde hace unos años ya estás, de nuevo, junto al inmenso y constante amor de tu vida: si nos dejan, como cantabas tú, porque estabais predestinados juntos para siempre y juntos seguiréis en la eternidad, inseparables: jamás te dejaré?

Habrán pasado los años, pero tú, querida Marieta, para mí, serás ahora y siempre más bonita que ninguna.

Delfín Gil Moreno