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Cine 'Orgullo, prejuicio y zombies'

Un crimen literario

Todo lo malo de Siempre a mi lado (2010), que ya era mucho, está aquí. Pero aún peor. Y no lo digo por el batiburrillo de géneros que registra sin llegar a destacar en ninguno. Orgullo, prejuicio y zombies, versión libérrima del clásico de Jane Austen que el novelista (es un decir) Seth Grahame-Smith llevó a cabo sin ningún tipo de fundamento, mucho menos de talento, confirma a Burr Steers como un director que no concibe el cine sin echar mano de todos los tópicos del manual de ocurrencias y obviedades que tanto gustan a los espectadores estadounidenses. El romance y el conflicto social presentes en la novela original, no sólo se le atragantan a Steers, sino que llega a la insensatez cuando tiene que añadir el gore y el humor negro.

En Orgullo, prejuicio y zombies, Steers reelabora la historia de amor de Elizabeth Bennet (Lily James) y el señor Darcy (Sam Riley) en el contexto de una Inglaterra decimonónica invadida por una horda de muertos vivientes, a los que Elizabeth y sus cuatro hermanas, entrenadas por su padre en las artes marciales, se disponen a combatir. Con esto espero no desvelar demasiado la trama, sólo dar un atisbo de por dónde van los tiros, o las espadas para matar zombies, de esta película construida desde premisas mainstream, lo que ya serviría para justificar cualquier crimen literario, o eso debió pensar Steers.

En el fondo de este carrusel de ridículas y grotescas situaciones, del esperpento llevado hasta sus últimas consecuencias, ya que se trata de que cada secuencia supere en efectismo a la anterior, hay también, como resulta evidente, un mensaje subliminal: cualquier tiempo pasado fue anterior. Ahora los tiempos son otros, y hemos aprendido, a fuerza de perder o de pasar vergüenza, todavía no lo tengo claro, que a los clásicos hay que darles la vuelta como a un calcetín. Otra cosa son los rotos o los agujeros, que no sabemos hacia donde conducen.

Orgullo, prejuicio y zombies evidencia la falta de escrúpulos de Hollywood a la hora de ejecutar pastiches combinando clásicos con terror, o lo que es lo mismo, apropiaciones, calcos o plagios indisimulados, que no acaban de encontrar su cauce. Comparto lo decepcionante que resulta Orgullo y prejuicio, en versión zombie, para los entusiastas del clásico de Austen: la película, respecto al libro, es una notable estupidez. Mientras la veía pensaba en el impresor y bibliógrafo inglés William Blades, para quien los enemigos de los libros eran muchos: aparte de los elementos naturales, como el fuego, el agua y las plagas, estaban también los enemigos intangibles, pero igualmente dañinos, como la ignorancia y el fanatismo, que, por cierto, se parecen.

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