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El análisis

No es sólo cuestión de forma, es el fondo

El próximo martes se debate en el Congreso una proposición de ley que refleja, una vez más, cómo en el debate educativo a nuestros dirigentes les importa más la cuestión ideológica que solucionar sus problemas. No extraña que sea así, de hecho, el candidato a Presidente del Gobierno ya había anunciado desde la tramitación de Lomce, antes incluso de que se hubiera aprobado, que promovería su derogación. Lo que sorprendía entonces de estas declaraciones era que se rechazara una ley antes de entrar en vigor con el único argumento del supuesto consenso -aquello que ocurre siempre que la izquierda propone o comparte una medida-; con interesadas interpretaciones de su contenido -que no difería en tanto de la anterior ley que reformaba-; y rechazando la única gran reforma de la Lomce, las evaluaciones a los alumnos. Lo cual, dicho sea de paso, se ha incluido en esta proposición de ley que se debate el martes en base a una discriminación a la que se sometería a alumnos y centros al evaluarlos.

Lo que no considera el hoy candidato a presidente del Gobierno, y los que apoyan su propuesta, es que someter nuevamente a los alumnos a una reforma les perjudica, al margen del caos organizativo que genera la paralización de una ley que supone, por ejemplo, que el próximo año los alumnos de 1o y 3o de la ESO del curso actual habrán estudiado por Lomce y el próximo curso lo harán, de prosperar la Proposición, por la antigua ley al pasar a 2o y 4o respectivamente. Tampoco que precisamente la evaluación tiene como objeto valorar si se produce o no el aprendizaje, y establecer mecanismos (también previstos en la ley) de apoyo en el caso de evaluaciones negativas. Ni que estas evaluaciones, al ser a nivel nacional, van a permitir mitigar que hoy en día se produzcan diferencias tan notables dentro de nuestro territorio como las que pone de manifiesto PISA. Así como tampoco considera que hoy en día la escuela es distinta de la escuela de hace 30 años. En el debate educativo se habla habitualmente de planes de estudio, la formación y el papel de los maestros y profesores, la inversión educativa, o cómo combatir cifras como la del abandono o el fracaso escolar, pero raramente vemos debates sobre reformas estructurales del mismo que dejen además de lado el debate partidista y pongan, de una vez por todas, a los alumnos como centro del sistema educativo.

Esta proposición de ley es sólo una declaración de intenciones que nos advierte que volvemos al mismo debate sobre cómo cambiarlo sin llegar, en la mayor parte de los resultados, a ninguna solución. Un nuevo paso, atrás, que nos lleva a una nueva ley ideológica más centrada en contentar al votante que en solucionar los problemas de los ciudadanos.

Este nuevo debate educativo que abrimos vuelve a centrarse en cómo se aprende, olvidando que la educación no es sólo una cuestión de transmitir información y/o conocimientos, sino de saber transmitir, motivar y generar un deseo de aprender. No hablamos de pedagogía, hablamos de generar un interés que fomente el aprendizaje y genere además un deseo de profundizar en él. Olvida el debate además que la escuela hoy no es la escuela de hace cincuenta años.

Así, a mitad del siglo pasado, tras el paso a los sistemas asistenciales, la educación se centraba en su universalización -lo que no llevaba aparejada ni la igualitarización ni la uniformidad-, y la realidad de los estados particularmente tras la II Guerra Mundial aconsejaba un papel activo por parte de Estado, la perversión de ello, así como su excesivo protagonismo transformado en intervencionismo, ha llevado a que aún hoy tengamos unos sistemas educativos en su mayor parte anquilosados, inflexibles y excesivamente encorsetados que no han sabido adaptarse, en un gran número de casos a las circunstancias actuales. La evolución social en estos últimos veinte años ha supuesto un cambio profundo a todos los niveles. Estos cambios exigen irremediablemente que repensemos los paradigmas, en palabras de Ken Robinson, para que sean eficientes y cumplan su propósito. Y la educación no puede ser ajena a ello, no en vano, es un elemento fundamental no sólo para el futuro de los alumnos, sino para el futuro de las sociedades y por tanto de los estados.

Sorprende que, pese a ello, sean hoy pocos los proyectos que abandonen los principios pedagógicos y las cuestiones ideológicas para centrarse en el contenido, el cómo transmitirlo y en cómo hacerlo no sólo aprovechando elementos que hoy nos son tan cotidianos como la tecnología, sino buscando, sobre todo, generar un interés en aprender que sobrepase los centros escolares. Como nos mostraba el informe de la Fundación Telefónica Viaje a la Escuela del siglo XXI", elaborado por Alfredo Hernando Calvo, que se presentó el pasado 3 de febrero de 2016 en Madrid, un proyecto novedoso y adaptado a la realidad de los estudiantes puede suponer un cambio mayor que cualquiera que podamos lograr con una ley educativa. Es decir, tener en cuenta al alumno.

Así, el denominador común de los proyectos que ahí se mostraban era la falta de encorsetamiento en planes educativos, la adaptación del qué se ha de aprender al cómo pueden aprender en cada entorno concreto. Precisamente, de lo que carece nuestro sistema educativo y que, en ocasiones provoca sus propias limitaciones de mejora.

Esto permite, por un lado, no sólo poner en marcha proyectos muy adaptados a circunstancias o necesidades de cada entorno educativo, sino, además y especialmente en entornos muy desfavorecidos, coordinar el aprendizaje con la realidad social, como por ejemplo ocurre con el proyecto de Barefoot College. Por otro lado, en los que el entorno sociocultural además lo favorece, utilizar el centro educativo para desarrollar otro tipo de capacidades que complementen el aprendizaje, como los proyectos de blended learning o flipped classroom. Las experiencias contadas en el informe, que no son sino un amplio ejemplo de otras muchas, deberían de servirnos para promover mejoras que incidan directamente tanto en el qué como en el cómo se aprende, en la motivación de los alumnos y, consecuentemente, su mejor y mayor aprendizaje.

Mientras no consigamos abandonar las consignas ideológicas, centrarnos en el problema y acometer reformas valientes centradas en el interés de los alumnos, cualquier reforma será al menos, tan buena o mala como la anterior. Si vamos a proponer cambiar la ley educativa hagámoslo bien de una vez. Estudiemos qué funciona y por qué en otros sistemas, qué proyectos novedosos hay en el mundo, y qué resultados provocan. Y en base a ello, con un debate sereno, abramos la posibilidad de flexibilizar la forma, obviemos la rigidez del sistema actual y acometamos reformas que, de una vez por todas, coloquen a nuestro sistema educativo al nivel que ya están muchas de nuestras regiones.

(*) Prof. Colaborador Doctor, Universidad San Pablo CEU. Miembro del Foro CATPE Tránsito de Canarias hacia la Sociedad del Conocimiento

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