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Música Orquesta Filarmónica de Gran Canaria

Bellezas y carencias del 'Parsifal' breviado por Halffter

Los habituales de Bayreuth creían que el récord de duración del primer acto de Parsifal estaba en las 2 horas y 20 minutos de Levine, hasta que llegó Gatti y alcanzó la hora y media. A Thielemann, que es ahora el favorito en la 'verde colina', le bastan 1'40 horas. Los 45 minutos de la reducción sinfónico-coral de Halffter, estrenada en Las Palmas, deja en silencio casi una hora de texto y música. En el primer acto, la selección elimina prácticamente toda la narrativa y los acontecimientos de la escena del bosque.

En el segundo acto excluye el dúo de la seducción de Kundry, que es fundamental, y hay un error en la permanente coralidad de las Muchachas Flores, que pierde en la masa vocal la gracia y la tentadora sensualidad de los dos grupos de tres cantantes solistas que se alternan con el coro femenino. En el tercero vuelven a desaparecer las partes narrativas, y en Los encantos del viernes santo los fallos del oboe contaminaron el transparente lirismo del conjunto.

Añadiendo que los frecuentes pianísimos de la partitura sonaban a veces mezzoforte y el único logrado fue el admirable tema de violonchelos sobre trémolo de timbal, es preciso advertir que no escuchamos un Parsifal concertante sino una sucesión de fragmentos hábilmente pegados en menos de dos horas, siendo cinco las del original. Esta música es la más profunda y trascendente de todas las creadas por Wagner. La ausencia, al menos referencial, de tantos momentos geniales, origina una sensación de menoscabo que no se dio en anteriores 'versiones' halffterianas del wagnerismo. Por ello me parece la menos lograda.

Dicho lo cual, es justo alabar las virtudes que también se dieron. Entre ellas, la perfecta respiración del Preludio -pese a la dinámica un punto sobrada- la metafísica serenidad del fraseo, la calidad de los tonos graves, oscuros, la acertada identidad diatónica de los motivos 'sagrados' en contraste con el cromatismo de los sensuales, el rendimiento de los metales, con la contundencia protagónica de trombones y tuba mitigados por las dulces trompas, la prestación impecable de los arcos -formidables en todo momento- y la prudencia, salvo expansiones episódicas, de la tentación heróica en los tutti fortissimo.

Unas ciento veinte voces salieron a escena, sumando el coro adulto de Luis García Santana y el de voces blancas de Marcela Garrón. No son polifónicamente difìciles, por la abundancia de los unísonos, pero exigen austeridad religiosa para la dramaticidad del primero, y el puro acento de la inocencia del segundo en su única escena (primer acto). Caballeros del grial y Ángeles celestiales, respectivamente: valores conseguidos a plena satisfacción, con el único pero del segundo acto, ya citado. Muy en punto, los solos de Maite Robaina y Cristina Perez.

El público aplaudió calurosamente, pero tampoco escuchamos el entusiasmo de experiencias anteriores.

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