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Reflexión

Excolarización

La noticia corrió como el rayo por las redacciones de los diarios y por los locutorios radiofónicos, pero a nadie parecía importarle. La suponían una anécdota y, como tal, hasta disculpable. Quién no tiene un error en la vida. Sin embargo, el hecho de que, en la comunicación pública de la definición administrativa de lo que será la apertura del proceso de matriculación y escolarización para el próximo curso en la provincia que vio nacer a Maimónides o Averroes, una delegada de Educación de la Junta de Andalucía pose, y como si la cosa no fuese con ella, y al parecer tampoco con el pueblo al que representa y atiende, con una errata de semejante bulto a sus espaldas no tiene desperdicio. Y, por supuesto, abandona la calificación de desliz puntual para convertirse en algo muy diferente, en una realidad que, en sí misma, ejemplifica una política educativa que ha dado al traste con la enseñanza en este país. Por lo tanto, más que el relato de un anecdotario, no tanto personal como fruto de la descoordinación departamental, es una categoría, un mal endémico que, más tarde o más temprano, habría de salir a la luz para vergüenza de todos.

La búsqueda de la mediocridad, en sustitución de la excelencia, el querer contentar a unos y a otros, el que nadie quede excluido de lo que malamente se entiende por educación lleva a estos derroteros. El desprecio del conocimiento y la instauración de la ignorancia en su puesto provocan que un simple palabro, una genuina aberración del lenguaje, sea el mejor indicio de que el actual sistema educativo ha tocado fondo. Decía Tommaso Campanella, un fraile muy sabio que pagó su atrevimiento en las penumbras de una mazmorra, que los monstruos, así denominaba el dominico a los dislates de la humana condición, "se hacen por impotencia o por ignorancia". ¿A qué se deberá lo de la excolarización de la responsable andaluza? Aunque parezca que la respuesta debe conducirse por la segunda opción, ello no es así en absoluto. Sería muy fácil tildar de "ignorante" a un representante político; ya cuentan con eso, sabedores de que la opinión pública es irrelevante para su vara de medir la realidad. Por lo tanto, el fracaso que denota el despiste de la delegada de Educación es la escenificación de una impotencia, de una falta en sus capacidades para engendrar algo nuevo y diferente en el campo de la enseñanza.

La comunidad andaluza lleva casi cuatro décadas siendo gobernada por gobiernos socialistas, aquellos que anteponen la igualdad por encima de cualquier otro valor moral o social, incluso por delante de la libertad individual, y el resultado lo estamos viendo, un día sí y otro también, en cada una de las esferas de la vida cotidiana. No obstante, lo que hoy toca es la educación, y en cuanto a esta, y al decir de muchos profesionales de la enseñanza de aquellas bonitas tierras bañadas por el Guadalquivir, el panorama no deja de ser escalofriante. En atención al beligerante paternalismo de Estado que se ejerce en las aulas de los centros escolares, desde la Huelva colombina hasta la mediterránea Almería, la consigna es promocionar al alumnado sea como sea, sin importar los rendimientos académicos ni zarandajas semejantes: el precepto es salvaguardar a toda costa la igualdad entre los individuos. Y, en aras al discurso igualitario -falsamente igualitario por cierto-, se sacrifica no sólo el conocimiento, la única herramienta probada de ascenso social, sino también las libertades individuales.

Porque la educación, y suele olvidarse por desgracia, es una de las manifestaciones más celebradas de la libertad del individuo, de su empeño personal por mejorar en su condición humana y, cómo no, y por si faltaba pronunciarlo, es el progreso de una voluntad. Schopenhauer proclamaba que la vida entera era la representación de una voluntad firme, un "afán incansable" por alcanzar la plenitud. Sin embargo, de Despeñaperros para abajo lo han entendido a la manera en que lo cuenta Milan Kundera, en La fiesta de la insignificancia, en un grandioso alarde de ironía: "Sólo se puede imponer gracias a una única voluntad, una única, inmensa voluntad, una voluntad por encima de las demás voluntades". Y así ha sido que la administración educativa andaluza ha terminado por asumir un discurso que ahoga la diferencia y el talento, la libertad en una palabra. Y otra palabra, excolarización, es la que avisa de una apuesta y de un proyecto colectivo "bajo el dominio de una gran voluntad, en la que la gente termina por creer cualquier cosa".

Siento que los andaluces, y de igual manera me manifestaría si fueran catalanes o gallegos, sufran del mal de una voluntad política que inmola el conocimiento en aras a una igualdad malentendida, que desprecia la legitimidad de la diferencia fundamentada en la expresión del esfuerzo y la dignidad, y busque, por el contrario, la mediocridad de los excolarizados, hurtándoles a éstos la posibilidad de un futuro de libertad en el que hallar el acomodo de su propia voluntad.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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