Sentencia mi amigo F. P. en referencia a nuestra provecta edad que "estamos en el tiempo de descuento" .
Pues por favor, que alguien detenga el partido; al fin y al cabo no ha estado tan mal, y creo que merece repetirse.
E. B., otro amigo de la misma quinta, compara nuestra situación con la del saltador de trampolín que ya ha pasado el punto más alto y tras el momento de inflexión se ve ya bajando... y además cada vez más rápido. Lo que no me precisa es si al final encontraremos la piscina llena o vacía.
Me parece aconsejable aferrarse al "carpe diem"; yo por de pronto voy tomando medidas y para cuando empiecen a desertar los amigos de mi generación ya estoy renovando mi parque de amistades... pero reclutando entre los que todavía no han hecho la mili.
¿Asumiendo que la muerte forma parte de la vida, unos fugaces momentos de conciencia y memoria sobre la faz de la tierra, acaso no son razón suficiente para proclamar en el minitestamento de nuestra lápida final "me alegro de haberme conocido"?
Y ya metidos en temas fúnebres, no les parecen extrañas esas esquelas donde, además de los deudos vivos, también los allegados desaparecidos constan como deseosos de recordar al nuevo finado eternamente.
Se supone que si están en el más allá ya se habrán reencontrado con el recién llegado y le podrán trasladar cualquier deseo personalmente. A menos, claro está, que estén incomunicados o permanezcan todavía en la "zona de descontaminación".
¿Y sensu contrario, si no hay un más allá, qué sentido tiene evocar unos recuerdos sin el apoyo de una memoria que desgraciadamente ya sólo es patrimonio de los vivos?
