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Aula sin muros

Los bañistas que dejaron morir al delfín

En estos tiempos de tanto interés y divulgación por la conservación del medio ambiente, la naturaleza y las criaturas que en ella habitan, llama la atención un suceso del que los medios escritos y audiovisuales argentinos se ocuparon, con prolijo interés, como si fuese un asunto de las bambalinas de la política, sus personajes o asuntos de la farándula y gente del corazón. En la playa de Santa Teresita, al sur de Buenos Aires, un grupo de turistas rodeó a un delfín que, despistado o hambriento, había dado con su redondo y simpático cuerpo grasiento en la arena de la playa. No cesaron, turistas y bañistas, de hacerse fotos y selfis con el animal pero, pasado un tiempo, se olvidaron de que el delfín tiene al agua como su medio natural de vida. Cuando se dieron cuenta los últimos en acudir a la masiva convocatoria de fotos y fogonazos de celulares observaron, espantados, que se estaban fotografiando con un cadáver. El delfín pereció de deshidratación. La conducta narcisista tiene su origen en el mito griego de Narciso, cuya madre le preguntó al adivino Tiresias si su hijo viviría mucho tiempo. Este le respondió "que si no se mira". Narciso creció y se convirtió en un joven hermoso admirado por la muchachas. El joven se mostró remiso e indiferente a las llamadas de las jovencitas que se aburrieron de tanto esperar. Narciso acudió un día a una fuente, se contempló en el reflejo del agua y, ensimismado en su propia lindura, se negó a abandonar el lugar. El vaivén de las ondinas formadas en el agua difuminó el reflejo de su cara y murió preso de la desesperación al no poder perpetuar su imagen. Como tantos otros del pasado el mito devino en comportamiento o destino de los hombres, convertido en carácter, muchas veces trauma, que, en este caso, la Filosofía y Psicología denominaron narcisismo.

El Diccionario de María Moliner define al Narciso como "un hombre presumido, vanidoso, que se preocupa mucho de su atavío o está muy satisfecho de su propia imagen". Para el Psicoanálisis, la escuela psicológica que acuñó el término, representa la fase genital de desarrollo sexual en la que se abandona el narcisismo infantil y comienzan las relaciones amorosas con otras personas necesarias para la reproducción y el mantenimiento de la especie. La moderna Psiquiatría y Psicología, a través de la Asociación Internacional de Psiquiatría, habla de deseos de admiración y falta de empatía, en la edad adulta, para definir el Trastorno de Personalidad Narcisista. Esto en su nivel más extremo, porque si se mantiene este comportamiento en etapas posteriores, se trata de una obsesión casi enfermiza que tiene una persona por engrandecer su propia imagen. Enamorada de sí misma es incapaz de ver otra cosa como no sea el agrandamiento de su yo siempre a la vista y persiguiendo la alabanza de los otros. Hoy se ha convertido en una parte importante de la idiosincrasia de la cultura occidental. En la panoplia de términos ingleses al uso comienza con el prefijo self. Traducción literal de uno mismo. En la más saludable de las acepciones significa búsqueda reflexiva del interior de cada uno extensiva al término de mismidad. Descubrimiento que, para superar complejos y problemas de relación con los otros, se convierte en la búsqueda de la propia autoestima. En su acepción menos benévola conduce a la obsesión por acumular en las estanterías y mesas de noche toda clase de libros de autoayuda con la idea de reivindicarse a sí mismo como antídoto contra los viejos traumas y escaso hábito de saber quererse a sí mismo. La última deriva del término la encontramos en la palabra actual, popularizada por las redes, de selfis como forma de retratarse, solo o en compañía, a sí mismo. Las avispadas empresas de la cosa han comercializado hasta un palito para facilitar y cuadrar la imagen que transmita la certeza de que "soy yo", en persona, el que estaba allí bien acompañado por el jolgorio de una fiesta, un viaje, un paisaje o un escenario de envidia. Como también algo de narcisista, fotografías de modernos móviles incluidas, tiene el hecho de que unos jóvenes acompañen en su calamitosa diáspora, para huir de la guerra, a unos refugiados, sin haberles acompañado desde sus casas o ciudades destruidas por las bombas, ni haberse montado en las chalupas a merced del oleaje y el tiempo que les llevaron a una playa para luego, al llegar a sus lugares de placidez, dar cuenta de la hazaña. En el caso que nos ocupa ese "yo también estuve allí" parece demostrar un comportamiento gregario con la intención de provocar la admiración en los otros que revierta en beneficio de su imagen de veraneantes y bañistas narcisos. Y esto puede suceder en cualquier lugar del mundo del que si acaso solo se conozca, de pasada, un restaurante al que el guía haya llevado a almorzar a la cuerda de turistas, un museo, visto a la carrera o ese reducto de arena de la playa argentina donde expiró el delfín víctima de la ignorancia o la inconsciencia.

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