Gran algazara ha provocado entre chavistas y simpatizantes del Gobierno venezolano el descubrimiento de que la foto icónica del desabastecimiento de alimentos en Venezuela, utilizada en cientos de crónicas y reportajes televisivos es una falsedad. La imagen -anaqueles desérticos y clientes frustrados- fue tomada en EE UU, no en Caracas. La guachafita ha sido de consideración, pero uno no entiende tanta risa y jolgorio. Porque la foto es falsa, pero el desabastecimiento una realidad que padecen diariamente millones de venezolanos. La única razón para el alivio es saber que los que salen en la falsa foto pudieron adquirir salchichas o papel higiénico en otro supermercado.

Me alcanza la edad para rememorar la edad dorada del prestigio de revoluciones como la cubana o la sandinista. Ay Nicaragua, Nicaragüita. A principios de los ochenta conocí incluso a maoístas, maoístas de Libro Rojo siempre alerta en el sobaco que se tomaban el arroz tres delicias como una expresión de desviacionismo burgués, porque el arroz comunista era sano y nutritivo, obviamente, pero no delicioso. Pese a sus justificados resquemores, el trío de acémilas analfabetas y alérgicas al jabón que constituyeron la primera célula del partido (Unificación Comunista) en La Laguna se empecinó en incorporarme en su candidatura para las elecciones generales de 1986. Una oportunidad que nunca se repetirá.

-Pero si yo no soy maoísta.

-Todo el mundo es maoísta - me corrigió uno de los chalados, que más tarde militaría en UPyD - pero no lo sabe.

Aunque no contaron con mi apoyo, los maoístas sacaron el 0,21% de los votos emitidos en 1986. Suponía una ridiculez, por supuesto, pero eso significaba más de 42.000 papeletas. Nada menos que 42.000 votos a favor de una guerra de guerrillas con base campesina para derrocar el sistema capitalista en la España de Felipe González. En Tenerife, la célula de UCE se había fijado en un amplio solar en La Higuerita para montar la primera granja colectiva, "un koljós canario enriquecido con las aportaciones teóricas del compañero Mao". Desde entonces recuerdo esos 42.000 votos cada vez que está a punto de asombrarme el éxito de cualquier estupidez política. Por ejemplo, el chavismo.

El chavismo ha sido una experiencia catastrófica para los venezolanos. Ha arruinado el país política, económica y socialmente. Los iniciales (y únicos) éxitos del régimen -las primeras misiones y, sobre todo, las que se ocuparon de programas de alfabetización y los consultorios médicos asistenciales- naufragaron en un ejercicio exasperado de dirigismo estatal, en una colosal ineptitud gestora, en una planificación milagrera, en una corrupción prodigiosa, en una inseguridad intolerable, en un autoritarismo cínico y miserable. Pero qué excepcional y devastador fracaso. Los huevones que elogian a Maduro por permitir unas elecciones que ganó ampliamente la oposición callan ahora cuando el presidente y sus mariachis han rodeado esta victoria civil (cerca de ocho millones de votos) de emboscadas, trampas y agravios, negándole a la Asamblea nacional sus atribuciones constitucionales como cámara legislativa y fiscalizadora. A esta dolorosa y humillante calamidad de un pueblo escarnecido que no encuentra comida ni medicinas para sus hijos y sus abuelos todavía aplauden montones de tarados porque, como dijo el maestro Pla, siempre es más fácil creer que saber, desear que pensar, regodearse en sus deleites ideológicos antes de cuestionarlos.