Aunque solo sea por insistencia, la Comisión Europea se ha decidido, al fin, a dar los primeros pasos en la dirección correcta para intentar atajar una de las principales amenazas que se ciernen sobre el futuro de nuestra agricultura: la invasión de plagas y enfermedades procedentes de terceros países a través de unas fronteras comunitarias convertidas desde hace ya demasiado tiempo en un autentico coladero.

Más de cinco años ininterrumpidos de presiones, reivindicaciones y encuentros en Bruselas con las más altas instancias de la Unión Europea han comenzado a fructificar y a concretarse en el anuncio de un nuevo reglamento que se aprobará en el plazo de unos meses, eso esperamos, y que deberá servir para mejorar sensiblemente la inspección de los envíos de productos vegetales remitidos desde los terceros países al mercado comunitario.

Entre las modificaciones legislativas previstas en el nuevo texto se incluirá la llamada lista negativa, de la que formaran parte todos aquellos países que presenten una sanidad vegetal especialmente deficiente a fin de aplicarles medidas suplementarias de control y evitar así que sus exportaciones a Europa continúen siendo un gravísimo riesgo contaminante para nuestra agricultura como son en la actualidad, y como lo han sido durante muchísimos años atrás, y de esto bastante tiene que decir la agricultura canaria que, en gran parte, su crisis actual está, sin duda alguna, en la falta de controles en nuestros puertos y aeropuertos de lo que entra en las islas y que han convertido a nuestro archipiélago en un autentico paraíso para las plagas y enfermedades.

Después de tantos años de reivindicar, desde Canarias, que los controles fueran efectivos nos alegramos de que, por fin, desde la Unión Europea se tomen las medidas legales para controlar en las fronteras lo que proviene de países terceros y así evitar, en lo posible, que la agricultura de las islas siga sufriendo la invasión de plagas como hasta ahora.

Canarias era una de las pocas regiones que hace muchísimos años podían decir a gritos que estaban libres de plagas y enfermedades; hoy, sin embargo, podemos decir sin equivocarnos que no hay árbol frutal, por ejemplo, que no tenga su correspondiente plaga, con la agravante que aquí no tiene el depredador que tiene en su origen, y aquí llega y se aclimata de maravilla sin posibilidad de erradicarla. Recuerdan, quizás no todos, cuando la papa solo podía importarse de Inglaterra porque Canarias no tenía "la polilla de la papa", y hoy vienen de Israel, Egipto, Túnez y Marruecos, entre otros. Por lo tanto, apoyamos el nuevo Reglamento que controle los envíos vegetales de países terceros al mercado comunitario.

Se trata de un primer paso en positivo, pero hemos de ser cautos, hemos de ser conscientes de que son muchos y muy poderosos los intereses en juego de los países importadores del norte y que si bien hemos ganado una batalla importante todavía no hemos ganado la guerra.

Todo esto ocurre en medio de un invierno atípico, tan atípico que es el más caluroso desde que se tienen registros de las temperaturas. Un invierno sin invierno que, en definitiva, no ha sido tal.

Evidentemente, esta circunstancia acarrea consecuencias y al campo no le sale gratis. Para empezar, los agricultores se están viendo en la necesidad de hacer frente a un sobrecoste respecto a un año considerado normal para compensar el déficit de lluvias y el calor e intentar salvar sus cosechas mediante riegos adicionales, siempre que no sean cultivos de secano, que en estas circunstancias no valen riegos adicionales, sino perder las cosechas. Pero, a pesar de estos cuidados paliativos, el ciclo vegetativo natural de los cultivos se resiente: problemas en las hortalizas que empujan los precios a la baja, ausencia de las necesarias horas de frío para los frutales, adelanto de las floraciones y, por eso mismo, graves pérdidas en los almendros y frutales.

Me viene a la mente en este momento el estudio publicado en la revista The Lancet, de investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido), que señalan que los efectos del calentamiento global en la agricultura y la cadena alimentaria pueden provocar más de medio millón de muertes en adultos en el año 2050 al reducir la productividad de los cultivos.

Según sus cálculos, si no se toman medidas para atajar las emisiones de dióxido de carbono, el cambio climático conducirá a una reducción en la disponibilidad de alimentos en un 3,2% por persona, lo que corresponde a unas 99 Kcal/día.

(*) Presidente de Asaja Las Palmas