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Al azar

Mario Conde, el ídolo recaído

Quienes escribíamos en los noventa que Mario Conde era el candidato obvio de la derecha contra Felipe González, deberíamos andarnos con tiento al subrayar la detención periódica del exbanquero por tráfico de capitales. En nuestro descargo, hubo presidentes del Gobierno y Reyes que incurrieron en el mismo error de apreciación, no siempre previo pago y llegando a colocar al entonces presidente de Banesto de número dos en?La Zarzuela.

Los avales olímpicos de Conde explican la sensación de impunidad que propició su primera caída, una mañana en que el?Rey estaba oportunamente en el dentista cuando el financiero recabó la devolución urgente de favores previos. La supuesta reincidencia de un delincuente no autoriza al asombro. Al contrario, el banquero innovador se aferra al clisé de que los condenados por cifras millonarias mantienen el grueso de sus tesoros a buen recaudo. Para eso se creó Panamá.

El ídolo recaído ha perdido la presunción de inocencia, los titulares hablan de trece millones efectivos y no cautelosos. La mínima sorpresa se ceba en la coincidencia entre la vuelta a las andadas y la etapa de predicador a la que se encomiendan con frecuencia los delincuentes redimidos. Según el relato de la Guardia Civil, el exbanquero repatriaba su fortuna huida por la mañana, y por la tarde pontificaba sobre la pesadilla de la corrupción.

Este desdoblamiento entre villano y virtuoso ya aquejó a Francisco Granados, otro tertuliano de comportamiento situado en las antípodas de sus sermones también blanqueadores. Por no hablar de las homilías de Díaz Ferrán, mientras sus declaraciones de Hacienda le salían a devolver. Se necesitará el concurso de un psicólogo, para desentrañar la compulsión por amontonar el crimen y la contrición en el mismo menú. Más de un delincuente ha purgado su conducta denunciándola a sus semejantes, pero el gesto pierde tono rehabilitador si se efectúa al mismo tiempo que se cometen las fechorías.

Cuenta Manuel Vicent que Mario Conde lo utilizaba de intermediario para remitirle un colorista mensaje para Felipe González, sobre el rechazo clasista a los advenedizos. "Dile que yo soy un negro y que sé que lo soy, pero él es un negro y no lo sabe". Se refería al trato que la casta dispensa a los recién llegados, no al color del dinero. La comparación no aminora la culpa, pero la detención del financiero superdotado en la misma mañana en que el ministro José Manuel?Soria aflora en los papeles de Panamá, remacha la condición de víctima propiciatoria de Conde.

Cuando tiemblan los cimientos financieros, se detiene al sospechoso habitual por actividades desde luego repulsivas. Sin embargo, fue imposible condenar a los Albertos que hoy afloran por las ciénagas panameñas. Y subsisten pocas dudas sobre el carácter unipersonal de la doctrina Botín. Entre el aventurerismo y la adicción, Mario Conde de Montecristo escribió ayer un nuevo capítulo de su provechosa biografía. La detención junto a su familia demuestra que no todas sus prédicas han caído en el vacío.

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