Por supuesto todo es un error. Y si no es un error yo le aseguro que no es un delito. Y si alguien ha participado en actividades delictivas debería aclararlo inmediatamente, pero yo no porque, como acabo de explicar, no tengo nada que ver con eso. Y así sigue y sigue este indecente trabalenguas por el que un ministro elude proporcionar información de su participación, en los años noventa, en una empresa que fundaron tres entidades dedicadas profesionalmente a ayudar a evadir impuestos. La destrucción de los hechos empieza por la demolición del lenguaje. Por despojarlo de cualquier rigor conceptual, cual vivacidad expresiva. ¿Y cuál es la dinamo del trabalenguas ministerial? La impunidad. El profundo sentimiento de impunidad inalcanzable. La fe indestructible en que no le ocurrirá nada de nada. Es, al mismo tiempo, el alimento de su soberbia, la que le llevó a asegurar que los implicados deberían proporcionar información de inmediato cuando comenzaron a circular los llamados papeles de Panamá. Excepcionalmente, el señor Soria las dará, pese a que el señor Soria forma parte de un Gobierno que ha establecido, al margen de la Constitución, que no debe ofrecer explicaciones al Congreso de los Diputados. El asombroso argumento de estos tipos es que el Gobierno en funciones no emana de este Parlamento, sino del anterior a las elecciones de diciembre. Es precisamente por eso -porque el actual no es un Gobierno legitimado por las urnas- por lo que el gabinete de Mariano Rajoy debería ser particularmente sensible a cualquier solicitud parlamentaria. Quien está en funciones es el Gobierno, no el Congreso de los Diputados. Lo mismo les da.

José Manuel y Luis Soria son de esa estirpe de hijodalgos acostumbrados a que jamás les ocurra nada. En los años noventa, ¿informó el alto funcionario Soria a sus superiores en el Ministerio -un departamento que dirige entonces Carlos Solchaga - que participaba en esa sociedad? Luis Soria -que lo sustituyó en la firma- ¿informó de esta circunstancia al Gobierno autonómico al jurar su cargo de consejo de Industria y Energía? Muy probablemente no. Muy probablemente el solo hecho de formular estas preguntas encochine a ambos caballeros. En una escena de Arthur, el soltero de oro, alguien identifica en una tienda al multimillonario interpretado por Dudley Moore y le pregunta: "¿Qué se siente al tener 600 millones de dólares?". Arthur lo piensa un instante y responde sinceramente: "Una enorme tranquilidad". En medio de esa tranquilidad silenciosa como una araña y opaca como una niebla tóxica las élites políticas y empresariales del país -oh, con las consabidas, quizás abundantes excepciones- han podido gestionar información privilegiada, confundir patrióticamente lo público y lo privado, bailar tangos en las puertas giratorias, ganar cantidades indecentes de dinero y al mismo tiempo arreglárselas para tributar lo mínimo mientras se exprime a asalariados, pequeños empresarios y autónomos, cortocircuitar un sistema judicial hasta las fronteras del colapso y borrar todas las pistas a través de toneladas de titulares y letra impresa.

No dudo que puedan seguir haciéndolo. Pero no pueden ocultarlo indebidamente. Y ese cambio no acaba de ser digerido. Por eso ponen esa expresión de estreñidos cuando los pillan.