La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Reflexiones viajeras XI

Harare: Harare es la capital de Zimbabwe. Cuando yo visité el país hace muchos años se llamaba Rodesia, y su capital Salisbury. La razón por la que me viene a la memoria dicho país después de tanto tiempo es la noticia de prensa publicada hace unos meses según la cual acaba de suprimirse la divisa local, el dólar zimbabwiano, sustituyéndolo por el dólar americano, al cambio de 3.500 millones de dólares zimbabwianos por un dólar americano. ¡No es broma, estamos hablando de 11 ceros! Mi lejano recuerdo de Salisbury es el de una ciudad próspera donde, a diferencia de Sudáfrica, imperaba un apartheid más moderado, lo que permitía en esas fechas vivir en relativa armonía a unos cientos de miles de blancos con 4 o 5 millones de habitantes de raza negra.

A raíz de la confiscación a los blancos de sus tierras y la llegada al poder del dictador Mugabe, la situación se fue deteriorando hasta nuestros días, como lo demuestra el cambio de la divisa a fecha de 2015 merced a la mayor hiperinflación conocida en el mundo occidental que ya en el año 2008 superaba el 60.000 % y en el que una simple barra de pan podía alcanzar los 550 millones de dólares zimbabwianos.

Pero sí tengo más fresco en el recuerdo no hace tantos años el de un programa de televisión que visitaba los mejores restaurantes del mundo, y que serviría para ilustrar la decadencia de la calidad de vida de los rodesianos, cuando menos en el plano gastronómico. Ese día le había tocado el turno a la capital de Zimbabwe, y asómbrense, el establecimiento más puntero seleccionado fue una hamburguesería, y encima de una cadena de "burgers" que en el Reino Unido servía incluso hamburguesas de "quorn", un curioso sucedáneo de carne. El reportaje hacía hincapié en el esmerado servicio, y la distinguida clientela del local escogido como paradigma de la restauración local; se veían arribar al establecimiento en lujosas limusinas a algunos de los más destacados jerifaltes del régimen, varios de ellos ataviados con sus mejores galas tribales, pieles de leopardo o similares, y las mujeres con aparatosos turbantes multicolores.

Quizás lo que más me llamara la atención fuera la pregunta del comentarista sobre si el personal también podía disfrutar de los manjares que se servían a los clientes, y en ese momento a tan ilustres comensales; la respuesta era que por supuesto que no, aunque sí creo recordar que se les permitía degustar una vez al mes una unidad de las celebradas hamburguesas.

Y es que a uno le asalta la duda. ¿Se imaginan pues en qué podía consistir la pitanza cotidiana del sufrido personal?

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