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Crónicas galantes

Diputados con contrato temporal

Sin apenas tiempo para disfrutarlos, los diputados de esta efímera legislatura van a perder los 6.000 euros mensuales de gañote, los cuatro meses de vacaciones anuales, los viajes de gorra y el derecho a taxi gratis en Madrid. Al menos podrán quedarse con el Iphone y el ordenador que el Congreso les regala a cuenta del contribuyente; pero ese es pequeño consuelo. Los congresistas cesantes son los grandes damnificados por la falta de acuerdo entre los líderes que los metieron en sus listas.

Para no pocos de ellos -mayormente, los de la "nueva política"- este era además su primer trabajo remunerado, lo que añade aún más agobios a la desazón de perder un empleo que, en principio, iba a durar cuatro años. Reducido por las circunstancias a mero contrato temporal, su trabajo de estos meses quizá no les alcance para cobrar el subsidio de desempleo.

Siempre les quedará la posibilidad de repetir escaño en las próximas elecciones, desde luego. Lo malo es que para eso deberán ganarse otra vez el favor de los caciques encargados de elaborar las candidaturas en cada partido; y aun así, nadie les garantiza que vayan a salir elegidos de nuevo. Cualquier pequeña variación de dos puntos arriba o abajo en las preferencias del votante bastaría para que la lógica del señor D'Hondt los dejase sin acta, con lo que eso duele.

Se avecinan tiempos de cuchilladas por un puesto de salida en las listas: y esto vale tanto para los partidos tradicionales como para los emergentes que venían a cambiar los viejos usos de la política en España. Al final, lo único que ha cambiado es el vestuario, para desilusión de tantos que creían en la existencia de los unicornios y en la posibilidad de que el crecepelo que venden los buhoneros haga crecer, efectivamente, frondosas melenas en las calvas.

Bastaron tres meses de vodevil para que los nuevos actores empezasen a aburrir lo mismo que los de siempre, con grave riesgo de que el público abandone la sala. Pudiera ocurrir incluso que muchos de los espectadores decidan no comprar billete para la próxima representación a la que serán convocados el próximo 26 de junio, salvo error o apaño de última hora.

Si la abstención creciese, como parece lógico en estas circunstancias, ya ni siquiera los encargados de tomarle el pulso al gentío en las encuestas estarían en condiciones de garantizar la exactitud -o la mera aproximación- de sus pronósticos. Y con las urnas convertidas en cajas de sorpresas, la posibilidad de reenganchar en el Congreso deja de ser un consuelo para aquellos que apenas han tenido tiempo de disfrutar su sillón parlamentario durante un breve semestre.

La peor parte se la llevarán, tal vez, los nuevos políticos que han perdido la virginidad a cambio de un precario -si bien sustancioso- contrato temporal de seis meses en el Parlamento. Lo suyo es un verdadero prodigio. Sin haber tocado poder, la exhibición de sus mañas sobre el escenario les ha quitado gran parte del aura que hasta ahora los adornaba y precedía.

Muy mal debe de andar el país cuando ni siquiera el empleo con mejor relación de calidad/sueldo, que en España sigue siendo el de diputado, empieza a sufrir también los gajes de la temporalidad propios del inestable mercado de trabajo. Que se lo pregunten, si no, a los diputados interruptus.

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