Cuando tocó en casa era una adolescente asustada. Venía de Madeira. Sus hermanas mayores ya estaban en Canarias, a donde habían venido huyendo de una pobreza importante. La recuerdo educada y nerviosa. Alguien le había dicho que buscaba quien me echara una mano. Por esos años, mediados de los noventa, el Grapo tenía en Salto del Negro a media docena de presos que decidieron darme un susto; lo supe porque la carta en la que lo contaban acabó en la Delegación del Gobierno de Canarias. La comisionada para hacerme daño era una mujer. Estaba detallado. La policía me alertó y su consejo fue prudencia en la puerta, en la escalera, en el garaje y con el coche, que, por cierto, un día amaneció con las ruedas llenas de clavos. Y con mis hijos.

Lo comenté a la familia para que lo supieran y nada más. El día que la chica tocó en la puerta quiso la casualidad que mi madre estuviera en el portal; salía de casa. Justo a ella le preguntó en qué piso vivía yo. Algo debió ver mi madre en ella porque le indicó el piso. Era morenita. Me contó que tenía que ayudar a sus padres que vivían en Madeira y necesitaba trabajar. "Es que me has dado un susto, creía que eras terrorista?", le dije. No sabía qué era eso. Estuvo doce años con nosotros, se hizo mayor con mis hijos y fue como una hija. Se adaptó a las mejores y peores situaciones. Fiel y cariñosa vivió momentos divertidos para una chiquillaja como ella y alguna vez lo recuerda. Por ejemplo, el día que Pajares llamó a casa casi le da algo.

Fernanda, así se llama, nos busca cuando necesita a los suyos. El día que enviudó joven volvió a su refugio.

Sigue hablando español fatal, pero nosotros la entendemos.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com