La Provincia - Diario de Las Palmas

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Desde mi isla

De castas a costras

Un acontecimiento que no ha sido examinado como se merece ha rellenado toda una página de la historia política reciente de España. Pedro Sánchez fue maniatado con una de esas cintas (líneas) rojas que más bien parecen vallas eléctricas, que nadie puede sobrepasar. Una expresión lenguaraz de la manida frase: ¡hasta ahí podíamos llegar! Línea roja o valla eléctrica o de hierro, que en el mundo trucador de la política al final puede acabar en una simple composición de silicona, de esas siliconas de quita y pon. El tema surgió cuando Sánchez, en busca de su nominación como presidente del Gobierno de España, se estrellaba contra la defensa de un pretendido referéndum para la independencia de Cataluña propuesto por Podemos. Haciendo entrar a un dormido PSOE en una ebullición que puede enfriarse según se opte por la verdad o la mentira. Tengo que recordar al pueblo francés de Suresnes, donde en 1974 el PSOE, en su relación sobre Nacionalidades y Regiones, acordó, entre otras cuestiones: 1. Derecho a la Autodeterminación de las nacionalidades que configuran el Estado español. 2. Pronunciación por la constitución de una República Federal, de las nacionalidades que integran el Estado español. (En otro artículo volveré sobre este tema) Y 3. Reconocer la existencia de regiones diferenciadas, que por sus especiales características, podrán establecer órganos e instituciones adecuadas a sus particularidades. ¡Mucho espacio, mucha dinamita, hay en los puntos referidos! Tanto como para que juristas y políticos se besen o se partan la cara.

Pués bien, tengo que escribir sobre lo que defino la costra que nace tras el ejercicio del poder. Esta pérdida del poder muchos políticos la aceptan con naturalidad, dignamente. Es la situación del político que entra conscientemente en una nueva fase de su vida, pasando a la escala del ritmo biológico de la normalidad que va de la infancia a la senectud, devolviéndolos a sus anteriores profesiones y ocupaciones, o simplemente al calor del hogar (caso de Jorge Semprún Maura). En Descartes hallamos algunas notas distintivas de la costra. Para Descartes, la política tenía un doble movimiento de atracción-repulsión. Atracción en la primera fase del poder y repulsión en la segunda de conformismo y acomodamiento.

La costra tiene un carácter más individualista que la casta. Pueden sucederse sin más transición. Su adherencia admite distintos grados, que dependen de la relación con el nuevo poder, del agradecimiento o descontento por el puesto asignado o negado y al final con la moralidad del sujeto (Fenelón).

Frente al grupo biológico anterior, otros se cambian al programa metro, o de la costra, que consiste en montarse en el tren en una estación con destino a la estación final, pero las circunstancias les obligan a bajarse en una estación intermedia, no deseada. Es la continuidad lo que les convierte en costra. Para llegar a la estación final admiten los más irritantes desprecios y decepciones. Llegan al final resoplando y hasta en silla de ruedas. Esta es la metáfora, porque la realidad se llena -a veces- de adulaciones y falta de dignidad. Franco murió agarrado a la vara del poder. No fue, nunca, costra, como tampoco lo fueron reyes (p.e. Luis XVI y Francisco José), y otros mandatarios de los que puede decirse que murieron en la cama. La costra habitó las covachuelas galdosianas, que fueron creando durante su fase del poder: fundaciones (PP, PSOE, Sindicatos), pedanías, asesorías, comités, consejos, empresas públicas, etc y etc, de donde salen, de vez en cuando, a las sombras o a la luz, para dar fe de vida.

Las costras pueden existir en cualquier partido. En el PP, Esperanza Aguirre es un caso único de combinación casta-costra, con su cinismo copiado de Diógenes con el que torea, con palabras y hechos, incluso a los que todavía guardan su retrato en la cartera. Por el PSOE Arfonzo Guerra (Andrés el de Suresnes) durante su periodo de costra, tuvo tiempo para reflexionar sobre su fracaso en transformar España, en el Ente, que no iba a reconocer "ni la madre que la parió". Eso sí, desde una covachuela a la derecha de Suresnes.

Cuando la costra del PSOE despertó de su feliz letargo, acuciado por las sonoras campanas del chismorreo y el descontento, anunciando el posible matrimonio de Sánchez-Iglesias, arremetieron, avisándose por medio del histórico y romántico humo, método aprendido de las obras de Curtis, sobre las comunicaciones de los indios queres, aprendidas en las plácidas lecturas durante sus asistencias al Senado y a las Cortes (recordando a Celia Villalobos). Hasta el Isidoro (Felipe González), llegó a sugerir un Gobierno de concentración PP-PSOE y Ciudadanos. ¡Lo que hay que oír! Pero entre los que atizaron el fuego, del que salió tan considerable humo, destacaron por su actual trayectoria de costras Corcuera y Joaquín Leguina. Corcuera de riguroso traje gris, con corbata de mucho azul y poco rojo, hábito que cambió por el anterior azul de Vergara, de su época de electricista, que acudía a las tertulias de la 13 TV, la cadena de los obispos que se financia con seis millones pagados por los españoles por reposición de lo entregado a la Iglesia, a través del IRPF, con la inaudita fórmula del gasto finalista. Corcuera hablaba en la cadena de la socialdemocracia con gambas, entre el admirable asentimiento y aplausos de los tertulianos, guerreros del nacionalcristianismo, Corcuera se divierte más en estas tertulias que dando patadas en las puertas en su época de ministro. Algo en común tiene Leguina con Corcuera. No es, precisamente, el traje, porque Leguina es catedrático y no ha necesitado el azul de Vergara. Leguina tampoco hace ascos a pontificar en 13 TV y foros afines. Mantiene sus distancias con muchos otros socialistas históricos (sin renunciar al despachito que le legó su amigo Gallardón, con coche, chófer y secretaria adosados) y a elegir temas y lugares. Todos estos levantaron la valla que Sánchez aún no ha podido convertir en silicona, y llegar así a presidir el gobierno de izquierdas que España necesita tras la reciente dictadura y corrupción del PP.

Esta es, lector, la primera parte del cuento político de Gulliver, atado de pies y manos por los enanos, elevados a costras. ¿Logrará Gulliver-Sánchez librarse de las amarras? Continuará...

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