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Orquesta Filarmónica

Herbig, Blatter y 'Tutti', a un paso de la matrícula de honor

Sobresaliente tirando a matrícula de honor merece el 14o concierto de abono de nuestra muy querida Orquesta Filarmónica. Günther Herbig, principal director invitado, mostró una vez más la profunda empatía con que todos los instrumentistas responden a su gesto y concepto. Si en el repertorio clasicista alcanzan resultados antológicos, los dos capolavori románticos de la última velada tuvieron la misma altura. La Fundación orquestal debería editar grabaciones de estos conciertos como medio de difusión internacional del nivel del conjunto, más eficaces y durables que las efímeras y carísimas giras. Aún está a tiempo.

El Concierto para violín en re mayor de Brahms sonó a Brahms. No es fácil conseguirlo, pero la soberbia escuela alemana de Herbig lo hizo posible en plenitud. Maravilloso comportamiento de todos los arcos, con la concertino titular, Mariana Abacioaie, recibida por el público en "loor de gloria", no con el aplauso de cortesía. El solista alemán Kolja Blacher estuvo sensacional en el rigor de lectura, el contundente virtuosismo y los códigos expresivos de un concepto canónico favorecido por la sonoridad deslumbradora de su Stradivarius Tritón de 1730, uno de los instrumentos más perfectos jamás escuchados. Maestro y solista llevaron a la Orquesta al estado de gracia, pero el bis de Blacher (Allemande de la 2a Partita de Bach para violín solo) impulsó la ovación del público al grado máximo. A destacar el espléndido trabajo del oboe titular en el primer tema del Allegro y en la larga peroración del Adagio. Ojalá que siempre fuera así.

En la muy expuesta Cuarta Sinfonía de Tchaikovski orilló Herbig el pegajoso patetismo que se ha hecho habitual, para entregarnos una versión poética muy personal, de auténtico maestro. La grandeza tumultosa del primero y el cuarto movimientos, con el grupo de trompas creando espacio en gestos impecables por su nobleza sin mácula; la amable cantabilidad del Andantino (con otro oboe invitado, joven y de potentes pulmones para el legato); el equilibrio de los conjuntos de viento-madera (magnífico el clarinete, como siempre, y muy sutil el fraseo del fagot); la justeza de ataque y dinámica de los arcos en el pizzicato del Scherzo; y el estimulante fuoco del final, con trombones y tuba de lujo, nos llevaron a otra esfera: la de los enormes directores de la etapa comunista de media Alemania, quienes, con las orquestas de Berlín, Leipzig o Dresde nos legaron un lenguaje perdurable. Herbig fue el mejor de todos. Con su discografía de entonces hay que contar para comprender las constantes de estilo que hoy nos seducen en vivo con orquestas como la nuestra.

Lástima que, en los fortísimos de Tchaikovsky, sonaran las trompetas ácidas y estridentes (como en "modo banda"), frustrando la matrícula de honor. Hay que refinar esa emisión.

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