El peor final posible. No imagino cómo asume un error catastrófico quien ha sido uno de los políticos más arrogantes, soberbios y temidos, sí, temidos, de Canarias. Se mira al espejo y aplaude. Para quien ha vivido durante más de veinte años en la certeza de la perfección máxima no ha debido ser fácil reconocer que ha sido él mismo, Soria se traga a Soria, quien poco a poco, por vanidoso y torpe, ha precipitado su caída. Salvo que optara por la inmolación, que tampoco lo descarto si tenemos en cuenta que su vanidad le convierte en un tipo inmensamente feliz cuando le persiguen cámaras, periodistas, mujeres, hombres, niños y perros que tienen la pretensión de posar con él como si de un actor laureado se tratara.

Soria ha salido indemne de tantos conflictos en su permanente fuego cruzado que desde el punto de vista psíquico debe resultarle incomprensible constatar a toro pasado haber calculado mal, errar, mentir, y de paso despreciar, tal como ha despreciado históricamente a tanto periodista, unos papeluchos de Panamá -avalados por la investigación de un Consorcio Mundial de Periodistas, más de 300- que con sus enredos le han puesto la pistola en la sien mientras un José Manuel sudoroso aguardaba a que Rajoy ordenara apretar el gatillo. Y el momento llegó. Que parezca un accidente; que parezca una renuncia, un acto de responsabilidad. Pero no se engañen, era cuestión de tiempo.

Hace años que Soria estaba en la cuerda floja, un empujoncito -una mentira- y al vacío. Nadie como él para coleccionar enemigos; son un clamor sus viejos y continuos conflictos, no hay más que tirar de la hemeroteca. Los tiene por miles y algunos con la escopeta cargada.

Es revelador comprobar cómo han salido en tropel los que por miedo o precaución no han abierto la boca durante años a pesar de haber sufrido en sus carnes desmanes, abusos, atropellos o amenazas. No recuerdo, y es probable que ustedes tampoco, la dureza de los textos que se publican en Canarias sobre su ordenada renuncia. Piedad cero, afecto cero, compasión cero. Fiesta general.

Ha sido controlador hasta el extremo de que en sus apariciones mediáticas exigía la mejor foto, el mejor titular, las mejores páginas, el mejor programa, periodistas afines, la entrevista benévola, etc. Soy el rey.

Ahora, cuando observo cómo en las últimas horas no solo se publican textos durísimos contra él sino fotos en las que aquel esmero, la búsqueda desesperada de su lado bueno ha desaparecido, pienso: "Políticamente es un cadáver". Se acabó. Quienes durante años han soportado su desprecio ya están en otra cosa y la otra cosa es contar sus miserias, mostrar su peor cara. La cara desencajada de quien ha sido víctima de sus errores, de su soberbia y de su vanidad.

Una de las preguntas que estos días nos hacemos todos es la siguiente. ¿Qué le impulsó a desmentir sin un dato, sin un documento que lo avalara, apareciendo como un elefante en una cacharrería, los papeles de Panamá que le vinculaban inicialmente a un paraíso fiscal -que no es delito- cuando sabía que estaba en más papeles? La respuesta es de libro. No creo que sus jefes de prensa sean los únicos periodistas que respeta el exministro. Ni caso. Puede con todo, sabe de todo, lo controla todo.

Menos al propio Soria, su peor enemigo.

stylename="050_FIR_opi_02">marisolayala@hotmail.com