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Punto de vista

Yo soy Álvaro Carvajal

La expresión, tan desgastada como manida por unos y por otros, cobra vital importancia en estos momentos. Defender la libertad de expresión es, qué duda cabe, uno de los pilares del estado de derecho, aquel por el que generaciones, ya desaparecidas, lucharon sin desmayo. Sólo pensar en el sacrificio de los que no están debería hacernos reflexionar sobre la deriva en la que ha entrado este país, y más en concreto, ciertas opciones políticas que, amamantadas en el calor de la democracia, reniegan de ella en cuanto tienen oportunidad. Lamentable se queda corto, porque, en la realidad más profunda, es un aviso, la alerta de un peligro. El diario El Mundo ha sido el objetivo de las iras de un dirigente político, de una fuerza que es la tercera en votos dentro del arco parlamentario español, y que, en el transcurso de la presentación de un libro en la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, se atrevió a señalar, insultar y menospreciar la labor de un profesional del periodismo. Álvaro Carvajal, que es el aludido, no sale de su asombro por tal injusticia, por ese acto de felonía extrema, de traición a la libertad. No consta enemistad manifiesta entre ambos, ni mucho menos deseos de perjudicar, al menos por el lado del periodista, todo lo cual apunta a que el discurso del podemita, quiérase o no, es la revelación de una personalidad y, tal vez, la manera de entender la libertad en sí misma, y no sólo la libertad de expresión.

La izquierda, casi por definición, y a las pruebas me remito, siempre ha intentado someter al librepensamiento, reducirlo de mil y un modos, controlarlo hasta el punto que la misma libertad quede desprovista de su esencia. Ya lo anticipó George Orwell, en las páginas de 1984, libro donde compendia las argucias de que se valen los enemigos de la libertad para identificarla, en un oxímoron imposible pero real, dramáticamente real, con la esclavitud. Ser ignorante te hace libre, según el sagaz artificio de los intolerantes. Orwell, que vivió los abusos del estalinismo en carnes propias, sabía de lo que escribía y, con su obra, como distopía que es, intentaba avisar de los males de una izquierda atrabiliaria y represora. Por ello, el actual ataque al sector de la prensa que no es complaciente con el mensaje doctrinal ha de ser analizado a la luz de la defensa de la libertad. Equivocarse en el diagnóstico de lo pretendido por Pablo Iglesias es tolerar lo inadmisible y fundirse con un discurso extraño a los ideales del espíritu democrático.

Yo soy Álvaro Carvajal no es un simple reclamo para atrapar al lector. Es mucho más. Los que me conocen, sobre todo mis compañeros en la trinchera docente, saben también de lo que hablo y escribo. Por desgracia, el mundo de la enseñanza también da cobijo a los intolerantes, sean de una facción o de la alternante, aunque lo cierto es que una cosa tienen en común, el miedo a la libertad. Esa fobia se traduce en resentimiento hacia el disidente, al que opina lo contrario, aunque lo argumente; en recelo por mostrar un punto de vista diferente a lo establecido, a lo políticamente correcto. He vivido en el pasado situaciones que pondrían los pelos de punta a cualquiera, pero aquí sigo, y seguiré, haciendo frente a los enemigos de la libertad. En su particular concepción, invitar, recomendar o aconsejar al alumnado que piense por sí mismo, que sea capaz de construir sus propias visiones de la realidad circundante, por simples que sean, está mal visto y peor valorado.

La advertencia de Orwell debe ser atendida. Nos jugamos en ello más de lo que se cree. La apuesta del radicalismo populista por apropiarse del discurso, del relato de lo real y cotidiano, ha de hacernos recapacitar sobre el peligro que se cierne sobre nuestras cabezas. Que nadie justifique que la defensa de la libertad dependa del "contexto", porque ese mismo contexto somos todos sin excepción posible. En la libertad reside la dignidad del hombre y, si acabamos con ella, qué nos queda. La respuesta al señalamiento del joven periodista debe ser clara y contundente. Con los intransigentes e intolerantes, con los que quieren suplantar la inteligencia, con los que quieren hacernos de menos como personas no valen las medias tintas. Parafraseando a la Princesa del Pueblo, ese mismo pueblo que se retrata a diario en programas como Sálvame: "Por la libertad, muero".

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