Si finalmente Asier Antona es el ungido por María Dolores de Cospedal como suma sacerdotisa del marianismo declinante no es por nada de lo que se está diciendo por los papeles. De los grandes partidos de Canarias el PP ha sido tradicionalmente el más opaco para los observadores, analistas políticos y demás chismosos con pretensiones. Cuando más mineralizada esté la vida interna de una organización política, es decir, cuanto menos democracia interna registre, más difícil resulta averiguar lo que ocurre dentro. Pero también es cierto que todo suele ser más previsible.

Asier Antona tuvo la suerte de que el suicidio político de Soria ha ocurrido en esta primavera. En una coyuntura diferente, con un Soria que se hubiera sobrevivido a sí mismo, el político palmero hubiera sido liquidado como secretario general en el próximo congreso regional del PP. Quizás se hubiera quedado como presidente del PP de La Palma, pero nada más: su destino era pillar una amarga diabetes de poder entre marquesotes. Soria consumía secretarios generales como quien mastica chicle. Algunos duraban más que otros, pero a todos terminaba por escupirlos. El egregio dimisionario tuvo incluso el rasgo de humor de designar como número dos a Manuel Fernández, el isleño que más años permaneció en la Junta Directiva Nacional del PP, una versión herreña de la rosa de Alejandría: empresario de noche y político de día. ¿Y Guillermo Guigou? También fue secretario general del PP. Para qué engañarnos, en realidad hay poca gente que no lo haya sido. Soria siempre lo consideró como un cargo vicario, carente de cualquier autonomía y digno de toda sospecha. No era en absoluto extraño -lo contó en su día algún presidente insular- que después de la visita de cualquiera de sus secretarios generales a una isla Soria telefoneara de inmediato a ambos para contrastar declaraciones.

No, Antona no es especialmente querido en ninguna isla, pero tampoco es especialmente odiado, ni siquiera en La Palma. En el PP los dirigentes no buscan jamás el cariño, sino el respeto y si pueden, bajo la cultura de poder marcada por Soria, el miedo de sus correligionarios. No será elevado a la presidencia por ser un hombre de Soria -eso es tan exacto como irrelevante- ni porque se haya recorrido todas las islas demostrando una gran sensibilidad y todo eso. Será presidente del PP de Canarias -al menos hasta el congreso regional- porque supone lo más fácil, porque cualquier otra opción traería complicaciones potencialmente ingobernables, porque está a punto de comenzar una campaña electoral, porque lo más sencillo es que corra el escalafón, y que los más leales al líder caído no encuentren motivo para el pánico o el rechazo. Lo que ocurra después de las elecciones -y eso sí será una novedad en el Partido Popular- ya no es tan pronosticable.