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Cine 'Toro'

Torito guapo

A pesar de su brevedad, la obra de Kike Maíllo ha experimentado en un corto espacio de tiempo una serie de transformaciones y evoluciones que acreditan la capacidad del cineasta para otros estilos que no sean el fantástico o el drama romántico. Su última película, Toro, parece sacada de una canción de El Fary: "Que se lleven aquel toro del agua, que se lleven aquel toro del río /que se lleven aquel que hay en la sombra, que se lleven aquel que hay escondido, / pero aquel de la fuente que nadie lo toque que lo dejen tranquilo / y no lo provoquen, ese toro bonito ya nació pa sementar / y además de bravura tiene pinta de don juan".

Toro es, en esencia, una película de actores. No hay un trabajo de dirección demasiado concienzudo (si de mimetismo de otros modelos cinematográficos, como Drive de Nicolas Winding Refn) por parte de Maíllo, y si lo hay, está un tanto supeditado al registro genérico de la propuesta y no aflora con demasiada personalidad. El punto de partida de la historia es la relación establecida entre Toro (Mario Casas) y su hermano (Luis Tosar) y la hija pequeña de éste, Diana (Claudia Vega), a partir de la decisión del primero de ayudarle a escapar de un peligroso perista en un viaje desenfrenado por Andalucía, pero su desarrollo no profundiza en unos personajes que se adivinan ricos en conflictos emocionales.

Maíllo sabía, posiblemente, que contar con Luis Tosar, José Sacristán y, en menor medida, Mario Casas (aunque es el intérprete de Palmeras en la nieve quien finalmente se lleva el gato al agua), ya era una baza más que segura y sus esfuerzos parecen concentrados en que no se note para nada su presencia tras la cámara. Esto no quiere decir que Maíllo, otrora director de Eva, quizá sin pretenderlo, nos haya ofrecido con Toro el retrato más preciso de una sociedad donde los negocios sucios son como una savia que recorre todo el cuerpo de una España en la que la silueta del toro de Osborne adquiere el valor de símbolo de fuerza, es decir, de resistencia.

Mario Casas, en un trabajo contenido que potencia toda la carga emocional que mueve a su personaje, ayuda lo suyo a redondear una película que evita la tendenciosa trampa del manierismo (en la que sí ha caído Winding Refn en su último trabajo conocido Solo Dios perdona) y que se abre a nuevos horizontes narrativos en su plasmación de los estragos morales y económicos de la crisis en sus aspectos más turbios y oscuros. No obstante, Toro no quiere ser una película de personajes sino de un tiempo, un tiempo gobernado por los pecados capitales: la ira, la avaricia y el orgullo sobre todo, plagado de delincuentes y seres corruptos, cuya lectura no es amable, sino imprescindible.

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