La Conferencia General de la Unesco, en sesión plenaria de 15 de noviembre de 1995 adoptó la idea y decretó como "Día Mundial del Libro y del Derecho de Autor", el 23 de abril de cada año, en razón de haber coincidido en dicha fecha del año 1616, el fallecimiento de Miguel de Cervantes, de William Shakespeare y del Inca Garcilaso de la Vega. Dejando aparte la discrepancia entre los calendarios Juliano y Gregoriano de la época, este año de 2016 se cumple el 400 aniversario de la muerte de estos genios de la literatura universal. Es el año de Shakespeare, de Cervantes y del "príncipe de los escritores del Nuevo Mundo". En Gran Bretaña, aunque el nombre de Shakespeare inunda todo lo que tenga que ver con la celebración del 23 de abril de 1616, la Real Compañía de Shakespeare ha decidido homenajear a Cervantes incluyendo en su repertorio teatral una nueva adaptación de El Quijote, aquel Ingenioso Hidalgo de La Mancha, quien en compañía de su fiel Sancho Panza, fueron los protagonistas del nacimiento de un nuevo género literario: la novela.

Todos los novelistas, les guste o no, son criaturas de Cervantes. La novela es un género literario impensable sin Cervantes, un hombre que tuvo mala suerte allá donde iba. Nacido en 1547 en Alcalá de Henares, poco se sabe de su vida. Hijo de un modesto cirujano, participó como soldado en la batalla de Lepanto quedando inútil del brazo izquierdo, siendo capturado posteriormente por piratas berberiscos y hecho prisionero en Argel durante cinco años, donde después de varios intentos de fuga fue rescatado por sus padres. Más tarde trabajó como recaudador de impuestos y le salieron mal las cuentas. Acabó en la cárcel de Sevilla porque tuvo la desgracia de poner el dinero recaudado en un banco que quebró al día siguiente. Era un escritor carente de prestigio hasta pasados los 50 años de edad cuando decidió enviar a su caballero por la árida llanura de La Mancha. Vivió entre penurias y estrecheces, murió con 68 años y sus restos mortales acabaron en una fosa común. Como les ha pasado a muchos "grandes" de España, tuvieron que pasar dos siglos para que se reconociera su grandeza.

Don Quijote de la Mancha es una invención sin precio. El escritor usa la burla y la ironía para aflorar toda la maquinaria de la narrativa. Independiente de la versión que se lea de El Quijote, sus 900 o 1.000 páginas no dejan inmutable a nadie. Junto a La Ilíada de Homero, La Divina Comedia de Dante o El Paraíso Perdido de Milton, Don Quijote es un libro que atrae multitudes. No puedes morir sin leer el Quijote. Acércate a la reciente versión de El Quijote escrita por Andrés Trapiello en la que Cervantes se ha rejuvenecido y actualizado sin dejar de ser el mismo, según manifiesta Mario Vargas Llosa. Para Martín de Riquer, filólogo y Premio Príncipe de Asturias, en la lectura de El Quijote "no hay más cera que la que arde" y recomienda apreciar el gusto por el detalle inesperado que inunda toda la obra. La intención de Cervantes era ridiculizar un tipo de literatura, la de caballerías. Todas las novelas de caballería tenían un inicio del tipo: "En el imperio de Constantinopla...", "En el reino de Gaula"... Pero Cervantes eligió un sitio nada exótico, ¡un lugar de la Mancha! que ni él mismo recuerda porque esa precisión carece de importancia.

El Quijote es la historia de un viejo loco que se imagina como caballero errante en busca de un mundo mejor. Pero Don Quijote no estaba loco. Nadie mejor que Voltaire ha declarado jamás su lucidez. El Quijote es un libro que retrata en dos personajes la historia condensada de España, un país fragmentado que no para de reinventarse, un país donde hay que correr dos veces más rápido para estar en el mismo sitio (como decía Lewis Carroll en su Alicia en el País de las Maravillas). El refranero español es un saco lleno de frases de El Quijote, como aquella de que "muchos van por lana y vuelven trasquilados". Por eso España es quijotesca. España, una nación que es primera de la Modernidad, insiste en no recordar cómo nació, lo que nos ha costado llegar hasta aquí y cuál es su lugar en el mundo. El Quijote no solo es una pasión tardía de Cervantes sino la declaración de que somos un país disparatado, un fracaso colectivo, cuyo futuro es convertirnos en nada y en nadie.

Decía Voltaire que, al igual que el hidalgo Alonso Quijano, se inventaba pasiones para ejercitarse. Lo triste es que a España, tan inventora como es, la han privado de ejercitarse durante muchos años los ejércitos de políticos tontos y mediocres que hemos tenido y seguimos teniendo desde entonces. Decía Cervantes, y nos los recordó Voltaire, que la Historia no la hace el tiempo sino los pueblos apasionados. España dejó de ser un pueblo apasionado por la libertad y la democracia para perderse en pasiones destructivas. Pero Don Quijote es también un libro de esperanza. En estos tiempos de confusión, de incertidumbre, de grandes dificultades y desigualdades sociales y de disparatada mediocridad política, es apropiado recordar las palabras de nuestro hidalgo: "Sancho, confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades". Quizás por eso seguimos esperando a que un altivo y apasionado hidalgo nos guíe hacia un futuro más cuerdo e integrador. Buen día y hasta luego.