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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

Momento Zaj

Lo genial o la genialidad hubiese sido tener a Juan Hidalgo Codorniu al mando de una cátedra musical en Canarias o Gran Canaria, disponible en su Zaj, en su conocimiento de John Cage, en definitiva como leyenda viva de la introducción del conceptualismo artístico en España durante un franquismo agónico y perseverante (por cierto, el Reina Sofía acaba de inaugurar al respecto la exposición Campo cerrado. Arte y poder en la posguerra española). No pudo ser ni será por el corporativismo; ahora lo vemos o podemos hablar con él cuando baja de su casa de Ayacata, donde su marido, Carlos Astiarraga, se dedica a la crianza de una cotizada raza de gato. Uno de esos días fue el pasado viernes, en la galería Saro León, donde el creador compartió protagonismo con Clara Muñoz, recién fallecida e incansable hasta el final en el estudio de la obra del artista. La muestra Dos amigos resulta un ejemplo de la compenetración entre ambos, y por tanto un homenaje a una relación enriquecedora, de diálogo, experimental y ajena a las pautas propagandísticas de los servicios oficiales de la cultura.

El Piano republicano o una versión de la escultura centró la atención de la sala, casi en posición para acompañar una arenga, un poema social, una llamada revolucionaria, un retorno bajo las miradas de un pasado flotante presente en el espacio a través de Martín Chirino, Mela Campos (viuda de Tony Gallardo) o Elvireta Escobio (viuda de Manolo Millares). Una prueba de que el tiempo pasa, de que el piano crece y se eleva acompañado de la respiración de la memoria. Artistas del siglo pasado, agitadores y testigos, aperturistas, a veces políticos, otras cortesanos, más de una vez seductores, precursores, anticipadores, incendiarios de la mecha, objetos aún de la curiosidad, de la veneración o de la decoración. Y luego, el piano rodeado de otra generación: cada uno en su tierra, con su historia, llegados de, venidos de, más o menos conceptuales, fotógrafos, gestores, deseosos de, periodistas nostálgicos... Una respetable fauna (me gusta el nombre) que quiere estar la noche en que Juan Hidalgo baja de Ayacata, abandona su retiro, y se estira en el gesto y en la provocación.

Astiarraga lo sienta ante el instrumento. Algún día alguien contará por dónde ha ido este piano de largo y expresivo aliento. Lejos la estupefacción que provocó hace 50 y pocos años el estreno de Zaj en Madrid. Con un público variopinto, escapado del negro y blanco, que se preguntaba en el colegio mayor Menéndez Pelayo por el origen de Marchetti y Hidalgo, que se interrogaba de manera solemne por el significado del 4'33'' de John Cage en la abrupta geografía del autoritarismo. Imposible resumir aquí la repercusión de la acción semiclandestina, fichada por la policía, pero de compleja interpretación en cuanto al nivel de su influencia maligna en la estabilidad moral de la Dictadura. No entendían nada. Décadas después Hidalgo dijo en una entrevista a Bonet: "Zaj no se disuelve ni con Bisolvón". Murió Marchetti, Barcé, y viven Hidalgo y Esther Ferrer. Caen premios nacionales, y ya es hora de que alguno se fije en el de Ayacata o del mundo.

No, no es fácil enterrar a Zaj. Primero Juan Espino al piano y su hija Laura al violín, acompañados de la voz del artista José Ruiz, interpretan la canción Vuelvo al Sur, de Astor Piazzolla. Está anunciada la ejecución de esa pieza del silencio de Cage. El artista se sienta ante el Piano republicano, levanta la tapa, la mira, transcurren segundos. Las cámaras de los móviles no paran de hacer su ruido característico; el público acciona una y otra vez; sigue intacto el asombro ante el gesto del creador; fuera, tras el cristal, en la misma acera de Villavicencio, los flashes captan el instante. Años y años después el momento Zaj vuelve a ser historia: entre el espectro digital, obsesionado por recaudar y archivar cualquier atisbo sobresaliente, vuelve a derramarse sobre el teclado la vida de Juan Hidalgo, que es sobre todo el arte, su compleja relación con él, el piano de su formación clásica y su escapada hacia lo oriental, la explosión de la ruptura, la elección de un camino...

A fin de cuentas, en la inauguración de Dos amigos prosigue, aunque bajo otra lluvia, la difícil labor para domesticar o liberar el inconsciente, para encontrar la serenidad. Juan Hidalgo, ante la escultura, memorable en otro momento Zaj: la intensa paz del que ya sólo espera.

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