El pasado 9 de abril, las campanas de Santa Isabel de Hungría repicaron alegres al celebrarse un cuarto de siglo del ministerio sacerdotal de su párroco Antonio. Precedido por más de una veintena de compañeros, a los acordes del coro parroquial, entonando fervorosas cánticos de gloria, recorría Antonio el pasillo central del templo, abarrotado de fieles, que no querían perderse la oportunidad de acompañarlo en este aniversario.

Confesó nuestro presbítero en una emotiva y sentida homilía lo que ha significado para él ejercer el ministerio sacerdotal. Comenzó su andadura eclesial, allá, en La Aldea de San Nicolás, un 6 de abril de 1991, cuando dio su fiat al Señor, de manos de monseñor Echarren, siendo su misma madre, doña Isidra quien lo invistiera con la misma alba que ahora portaba, diciéndole: "Ahí te lo entrego, Señor". Con esta simbología, Antonio opta por al gozo del servicio y renuncia al goce de las cosas de este mundo.

Describe, asimismo, su andadura apostólica en Mogán y sucesivamente por Lanzarote, Arinaga, Casa Pastores, Doctoral, Castillo del Romeral, hasta, hoy, en Santa Isabel, lugar donde crece, madura y dinamiza su vida pastoral.

Se extiende, luego en dar gracias a todos aquellos que han colaborado en su vocación; a sus padres, a don Policarpo, que hace poco nos ha dejado y por consiguiente a cada una de las personas, allí presentes, representando a muchas comunidades.

Y yo añado, Antonio, que cuando te recojas y cierres la puerta de tu aposento, y te encuentres con la soledad, que has elegido voluntariamente, recuerda que fuera habrá quien rece y se acuerde de ti, como hoy se ha demostrado. Para ti Antonio, el sacerdocio subjetivamente es un don, para la Iglesia una necesidad, y para el mundo una rareza. Pero tú has sido fiel a la llamada y has entendido que la mies es mucho y los obreros pocos. ¡Felicidades, querido Antonio!