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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Mayeya

Querido amigo, en la época de los Puertos Francos, los canarios no se escapaban de abrir la maleta en la Aduana al llegar a la Península, así que, además del contrabando, había que cuidarse muy bien de lo que llevabas si no querías pasar la vergüenza de que la policía dejara a la vista tus intimidades como, por ejemplo, unos calzoncillos con florecitas, unos zapatillas con pompón que te regaló tu novia o una revista Playboy con una tía en pelotas en la portada.

Pero peor fue lo de mi hermana María Adela, que, durante un tiempo, tenía que ir y venir a Barcelona a cuidar de mi padre, que se había ido a operar al hospital de San Pablo.

Muchas veces iba con la maleta prácticamente vacía para poder traerse el cambio de ropa de mi padre y todas esas cosas que vas acumulando cuando estás mucho tiempo de hospitales.

En una de esas, a nosotros, que sabíamos que llevaba pocas cosas de equipaje, se nos ocurrió llenarle la maleta con un montón de royos de papel higiénico de varios colores...

No veas, Gregorio, la cara que se le quedó a la pobre cuando abrió el equipaje en la Aduana. Un color se le iba y otro se le venía mientras que el policía, a la vista de aquel arsenal de aprovisionamiento, le decía con una risita burlona: "Va usted muy bien preparada, señorita..." Mi hermana casi nos mata cuando volvió.

"Mayeya", que es como la llamamos en casa, siempre ha sido mucho más que una hermana para nosotros. Era la que se encargaba, por ejemplo, de comprarnos los regalos de las novias y de muchas otras cosas pero, sobre todo, la que siempre estaba al lado de mi padre, mi madre y todos nosotros para acompañarnos al médico y ocuparse de nuestra salud.

Por eso se quedó soltera y es la única soltera de los nueve hermanos pero, hace unos años, se decidió a adoptar a una niña: Cynthia, una chiquilla preciosa que ya es una mujer. Cuando llegó, apenas tenía unos meses y era de color... de color negro, por supuesto, aunque más bien es de un morenito tropical resplandeciente.

Fue hace casi veinte años y todos la recibimos con mucha alegría y, como era de esperar tal como es mi familia, no nos cortamos un pelo a la hora de hacer bromas. El que más, mi hermano Octavio, que no paraba de hacerle fotos hasta que agotó todos los rollos que llevaba, que era lo que se usaba en esa época. Total, que se fue en busca de más carretes y, cuando ya estaba en camino, se volvió para decir: "Bueno, para lo que es, igual traigo carretes de blanco y negro, ¿no?"

Creo, Gregorio, que el buen humor y la falta total del sentido del ridículo es lo que, junto con el amor, hacen que vivir valga la pena.

Por eso también decimos que el mejor cuñado que tenemos es el de mi hermana Mayeya, que es como Dios, que sabemos que existe pero nadie lo ha visto...

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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