Estamos en los prolegómenos de un momento histórico decisivo: el referéndum sobre el Brexit, la salida del Reino Unido de la Unión Europea, que se votará el 23 de junio. Cualquiera sea el resultado, será importante, determinante.
Si el resultado es quedarse, habrá un suspiro de alivio en la mayoría de los europeos y de Occidente en general. Al menos las cosas no empeorarán. Por ahora.
Si gana el Brexit puede ser un terremoto de alto grado Richter para la Unión Europea; quizá hasta el inicio de su desunión, de su disolución. Y un sacudón global. Obama alienta a quedarse, porque USA se juega mucho en una Europa unida. Lo mismo acaba de hacer Christine Lagarde, del FMI. Varoufakis (que sigue con su DIEM25 "grupo pan-europeo de izquierdas y bases") describió a la Unión Europea como en una "situación espantosa y en un follón desintegrador", pero dijo que romperla más, no sería la solución: "Si el RU abandona la UE, transformaría algo malo en algo mucho, pero mucho, peor".
No entraré ahora en los intríngulis económicos del Brexit, tanto para la EU como para el RU y el mundo (hay abundante cobertura en los medios, y la UE es un gran mercado mundial), pero algo quiero resaltar aquí.
Europa es pro-democrática. No digo totalmente democrática (plutocrática -gobierno del dinero- sería algo más exacto, cosa que sucede también, aunque menos, en USA). El pueblo no elige a quienes rigen la UE. Lo hace el dinero. Aunque en la UE eso se pueda llegar a cambiar o al menos controlar.
Pero todos los Estados de la Unión Europea son, en sí, democráticos. En ellos sí gobierna el pueblo. Tenemos, políticamente hablando, 500 millones de personas unidas, democráticas y con derechos humanos, libertades, garantías, sin pena de muerte, ni fronteras (Schengen). La UE es, debería ser, un faro de democracia, libertad y cultura. Y una barrera al fascismo. Porque el fascismo acecha.
