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Crónicas galantes

Elecciones baratas

Resignado a unas nuevas elecciones, el rey Felipe VI está pidiendo a los partidos que reduzcan el gasto en propaganda: y no le falta razón. Desde el pasado diciembre los candidatos nos han contado ya al detalle lo que piensan hacer cuando lleguen al gobierno, de manera que bien podrían ahorrarse la murga de una nueva campaña. Nos damos por informados.

Distinto asunto es que el público llegue a la conclusión de que la democracia es cara. Cada convocatoria cuesta, en efecto, varias decenas de millones de euros; pero aún resultaría más costoso que no hubiera elecciones. O que fuesen como en la antigua Guinea española, donde el presidente Teodoro Obiang ha sido reelegido con el 98 por ciento de los votos y se hacen las oportunas averiguaciones para identificar al dos por ciento restante.

En realidad, España ya ahorra lo suyo en estos menesteres de urnas. Al ser una monarquía hereditaria, el Jefe del Estado no se somete a votación, con lo que el gasto se limita a las elecciones de diputados y a las de concejales. Nada que ver con otros países -como, un suponer, Estados Unidos- donde se elige al presidente, a los diputados, a los senadores, a los jueces, a los fiscales y hasta al sheriff del condado. Ahí se conoce que van sobrados de presupuesto.

Aquí hemos acabado por imitar involuntariamente a Francia, que nos queda mucho más cerca. De hecho, algún líder formado en Ciencias Políticas, como Pablo Iglesias, alude a la casi segura repetición de las elecciones como una "segunda vuelta" de las primeras, aunque no se trate en modo alguno de eso. Lo de España es más bien una prórroga del anterior partido, que acabó en empate.

El método que cita Iglesias erróneamente es el llamado "ballotage", que hasta para ponerle nombres a las cosas son raros nuestros vecinos. Se trata, en realidad, de una fórmula tan eficaz como sencilla, consistente en darle dos vueltas a cada elección para que coja su adecuado punto, según la receta de la tortilla.

Si ninguno de los partidos logra al menos la mitad más uno del total de votos, la elección se repite una o dos semanas después para que los votantes le den -o no- la vuelta a la tortilla según sus preferencias. A este segundo tiempo del partido ya solo pueden concurrir las candidaturas que superen un determinado porcentaje de votos, lo que ayuda no poco a afinar los gustos del elector y hace prácticamente imposible una repetición involuntaria como la que está a punto de producirse en España.

Los franceses no son amigos de ahorrar en estas cuestiones, seguramente convencidos de que la democracia no tiene precio y, aun de tenerlo, es mucho más barata que cualquier otro régimen alternativo. Por eso eligen en votaciones separadas al presidente de la República y a los diputados de su Asamblea Nacional, además de jugar a doble partido cada una de esas consultas.

Ya que los españoles han heredado de Francia su actual dinastía Borbón (o Bourbon) y unas cuantas factorías automovilísticas, también podría emularse aquí el método de elección a dos vueltas que tan buenos resultados les da por allá. El gasto en votaciones sería mayor, desde luego; pero a la vez nos ahorraríamos el tedioso espectáculo que los políticos han dado durante los últimos cuatro meses y, Dios no lo quiera, los que aún puedan venir. En cuestión de democracia, lo barato sale caro.

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