Al final la virgen de Candelaria, la más bonita, la más morena, no escuchó al presidente Fernando Clavijo y se celebrarán elecciones anticipadas en el próximo junio. Encomendarse a las vírgenes suele ser tristemente inútil para cualquier propósito, como saben desde Propercio hasta Bertín Osborne. Si la virgen se muestra tan indiferente mejor ni intentar explicarle las directrices básicas del anteproyecto de Ley del Suelo: es una sugerencia que brindo graciosamente al Gobierno para que el presidente no se lleve nuevos disgustos.

Una de las consecuencias hipotéticas -pero en absoluto demasiado improbable- de las inminentes elecciones legislativas es que tanto el PP como el PSOE empeoren ligeramente sus actuales resultados, lo que puede propiciar ya no una crisis del bipartidismo, sino una situación crítica en el seno de ambas organizaciones, y más particularmente, entre los socialistas. Es difícil imaginar que los dos grandes partidos del sistema político español se derrumben, pero en ambos casos pueden entrar en un agónico periodo de debilitamiento de sus estructuras organizativas y una atomización de voluntades, iniciativas e intereses, muy difícil de contener si no alcanzas el poder (PSOE) o debes ceder buena parte del mismo para no perderlo del todo (PP). Y esa lepra destructiva se extendería sin duda tanto por comunidades autonómicas como por las principales capitales del país, en las que las alianzas que sustentan gobiernos regionales y municipales pueden verse directamente afectadas. Más que explotar por los malos resultados electorales, unos resultados sencillamente mediocres -que en sustancia repitieran los del pasado diciembre- llevarían a una implosión de las organizaciones bajo intereses particularistas que no respetarían directrices estratégicas emanadas desde Madrid.

Hay gente que infravalora la estabilidad política. Como decía un pibe filopodemista el otro día en twitter, "la estabilidad significa que nada de esto cambie y yo no la quiero". Por supuesto Podemos tampoco la quiere. Hace apenas seis meses los coletas afirmaban que no se trataba de hacer la revolución, sino de conseguir gobiernos que funcionaran sobre los intereses de la mayoría social; ahora, por el contrario, se desprecian los simples cambios de gobierno y los acuerdos tibiamente reformistas, porque lo que se debe cambiar es el modelo de país. La revolución exige inestabilidad para prosperar, pero luego es capaz de envejecer como un nenúfar en un vaso colmado de lágrimas. Cualquier proyecto reformista de signo progresista, en cambio, necesita estabilidad política. Necesita, incluso, una derecha estable. Pero se desprecia aquello que siempre se ha tenido. Estas jodidas piernas, por ejemplo, que se me quedan dormidas cuando me zampo media docena de capítulos de Juego de tronos?