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La olvidada fiesta del 29 de abril

Se cumplen hoy 533 años de la fiesta cívico-religiosa más antigua de Gran Canaria. La festividad religiosa de San Pedro, mártir de Verona y Patrón de la Isla, se sigue celebrando sin entusiasmo en la Catedral basílica de Santa Ana, y continúa presidiendo la ceremonia en el atrio el centenario Pendón de la Conquista, que a su término, un capitular lo suele tremolar por tres veces en el alto presbiterio. También se cumplieron, en esta misma jornada, 32 años de cuando un marino de la Base Naval se lio a tortazos con un mozalbete vestido de guanche que, según Juan Rodríguez Doreste, llevaba en la muñeca del brazo izquierdo un reloj de las tiendas japonesas. La trifulca ante las puertas de la parroquia de Santo Domingo dio carpetazo definitivo a esta medio milenaria tradición cívica, la más importante de Gran Canaria a través de tantos siglos.

Meses después de culminarse definitivamente la conquista, Pedro de Vera instituyó la fundación de un patronato en la ermita de San Pedro Mártir que había erigido en la alta Vegueta. Para ello consta que dejó dispuesto a perpetuidad un tributo. Y el 3 de noviembre de aquel de 1483, el emperador Carlos V decreta la provisión por la que se regulaba la salida al público del "pendón con que se ganó esa dicha ysla el día de San Pedro Mártir", por lo que la parte cívica de la función religiosa instituida la complementaba la citada insignia de tafetán blanco, la reliquia más antigua conservada en las islas, y que según dice la tradición fue bordada por la reina Isabel la Católica y entregada al obispo don Juan de Frías cuando el dispuesto prelado se incorporó a la contienda con el grado de capitán.

A lo largo de los años que siguieron se organizaba la doble función, ya que después de la eucaristía en Santa Ana el Alférez Mayor de la Isla era el encargado de llevarlo procesionalmente al convento de San Pedro Mártir para cumplir la disposición del controvertido jerezano Pedro de Vera. Tras enfados, pleitos y arreglos entre los frailes y el Cabildo Catedral por asuntos de protocolo e incumplimientos de acuerdos entre ambas partes, la efemérides fue celebrándose en la misma línea hasta que llegó la desamortización de Mendizábal, y el alferazgo mayor de la isla que ostentaban los condes de la Vega Grande de Guadalupe también se suprimió definitivamente.

Llegamos al pasado siglo cuando la fiesta retomó su máximo esplendor. El Ayuntamiento la adoptó como el festejo más importante de Gran Canaria. Al abanderado conde le sustituyó el concejal síndico municipal, y en 1911 el consistorio creó el fajín morado de gala para que la corporación bajo mazas lo usara en la procesión, que seguía acudiendo anualmente a aquel histórico convento ya convertido en parroquia de Santo Domingo. Durante las alcaldías de José Ramírez Bethencourt se decretó fiesta insular y se comenzó a festejar el 29 de abril como la más importante celebración de la ciudad, previo brillante pregón histórico en el salón Dorado de las Casas Consistoriales y un denso programa de actos y espectáculos en el Parque de San Telmo, en donde empezaron a popularizarse las canciones de Luisa Linares y los Galindos. Se cerraba la jornada con fuegos artificiales y bailes de gala en el Gabinete Literario, unos ingredientes mundanos que no le agradaban a monseñor Pildain. Esta proliferación de actos comenzó a producir una pública tirantez entre las autoridades civiles y religiosas. En más de una ocasión el obispo llegó a calificar de improcedentes las invitaciones que hacia el Ayuntamiento a los actos litúrgicos.

No obstante, durante el pontificado del recordado obispo Pildain la fiesta religiosa se celebraba con gran solemnidad. El predicador de turno exaltaba desde el púlpito su amplia oratoria, festejando a las dos razas que se fundieron tras la unificación de ambos pueblos, dándose a la efeméride el atractivo epíteto de la incorporación de Gran Canaria a la Corona de Castilla. Con estas homilías comenzó también a originase el lío, una situación que se empeoraría cuando el patriótico canariólogo Vicente Sánchez Araña comenzó, en la tarde de aquella jornada, a levantar el gánigo de la Paz en los paradisíacos Llanos de Ansite.

Pero antes que esto ocurriera conviene que se conozca qué ocurrió durante la Guerra Civil española. Un soplo delató en 1936 que los muchachos del Frente Popular iban a sacar furtivamente el pendón de la Catedral para destruirlo o hacer la procesión a su manera. Enterado aquel inquieto periodista llamado Domingo Navarro y Navarro, apodado cariñosamente Cacharrito, logró sacarlo sin permiso de la sacristía y lo entregó a Juan Rodríguez Quegles para que el banquero lo escondiera en su finca del Mocanal de Bandama. Allí estuvo la gloriosa insignia enterrada entre las olorosas parras y las cagadas de los bellos pavos reales de la finca hasta que se buscó la forma para devolverlo. Transcurrido el tiempo, de allí pasó al domicilio de un sastre de la calle Triana, quien, temeroso de responsabilidades, lo entregó a cierto señor de respeto que, a su vez, tuvo que solicitar asesoramiento letrado. El abogado consultado le aconsejó que fuera a confesarse con un canónigo y depositara en él el valioso trofeo.

Tras la contienda nacional volvió a restituirse la fiesta. En la etapa franquista eran las fiestas patrióticas por excelencia que exaltaban la españolidad de las islas. Durante décadas acudían todas las autoridades a los festejos, hasta que llegó a regir la alcaldía Manuel Bermejo. La duplicidad de aquel acto, que celebraba por la mañana en la Catedral a los "vencedores", y por la tarde en el templo de la canariedad de la Fortaleza de Ansite a los "vencidos", bajo el grito patriótico de ¡Atis Tirma! y el encendido de la antorcha para conmemorar la exaltación de la gesta, empezó a originar las consecuencias, hasta el punto, que para que no se enturbiara la fiesta de la tarde la ruta hacia Tirajana se llenaba de guardias civiles para controlar los botes de humos y a los doramas, bentejuís y faycanes, de la Asociación Cultural Solidaridad Canaria, que desde la mañana emprendían el camino hacia los emblemáticos parajes de Los Sitios en donde se supone culminó la rendición de la Isla y se vieron derrumbados todos sus sueños.

Después de las primeras elecciones locales democráticas de 1979 y acceder al Ayuntamiento la Unión del Pueblo Canario y coalición nacionalista de izquierda, con el apoyo del PSOE, en el primer pleno municipal celebrado Manuel Bermejo Pérez acordó suprimir definitivamente el festejo civil. Juan Rodríguez Doreste era concejal y comenzó a sustituirlo por el 24 de junio, onomástica de San Juan Bautista, el día que se conmemora la fundación de la ciudad, hasta que al llegar el citado señor Rodríguez Doreste a regir la alcaldía por segunda vez en 1983, revocó el acuerdo anterior y restaura nuevamente la efeméride del 29 de Abril para que volviera a salir el Pendón de la conquista procesionalmente por el entorno del barrio de Vegueta. A estas alturas ya estaba el pueblo dividido. Las posturas imperialistas y colonialistas se debatían en una profunda crisis de pensamientos y las dos teorías se presentaban como válidas. El 29 de Abril de 1984 fue la última procesión cívico-religiosa que salió a la calle. Un grupo de una treintena de "guanches" envueltos en pieles de cabras y relojes japoneses empezó a alborotar. Las autoridades militares manifestaron al gobernador que la Policía Nacional interviniera. El alcalde prefirió que no lo hiciera. Ante las consignas y gritos ofensivos hacia las representaciones castrenses, un oficial de Marina se calentó, salió de la fila y se lío a tortas con un "indígena" en la Plaza de Santo Domingo. Después de los tortazos las autoridades militares se retiraron inmediatamente y la procesión, sin haber podido entrar en la iglesia porque ante el tumulto el párroco decidió no abrir las puertas, regresó a la Catedral, en donde en su frontis se interpretó, por ultima vez, el himno nacional. No se registraron detenciones y aquella efeméride cinco veces centenaria quedó sepultada para siempre, porque al año siguiente, el obispo Ramón Echarren, a petición de grupos y comunidades cristianas, manifestó públicamente su deseo de que se separase netamente la celebración religiosa de los actos cívicos. Gran Canaria se había quedando sin patrono que la defendiese.

Ya los poetas no podrán cantar aquella máxima que dice: "Alégrate Canarias, pues te hallas de tal patrono protegida, de torres, puentes, fuertes y murallas y bélico ejercicio enriquecida; con ésta y otras ínclitas medallas te vez y te veras ennoblecida por tu gobernador que en paz y en lides, se nombra don Martín de Benavides".

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