Capilla del centro cultural San Martín a partir de las 20.00 horas. Acústica saturada, reverberante, antimusical. Puertas abiertas a dos patios y corrientes de aire congelante. Salen varios a pedir que las cierren, pero nadie lo hace. ¿A quién se le ha ocurrido ofrecer 'conciertos' en semejantes condiciones?
Más interrogantes: ¿de quién es la idea de poner a tocar ante el público, previo pago de entrada, a estudiantes sin duda voluntariosos, pero aún inseguros, vacilantes en los tempi, el ataque y la afinación, ingenuos en el concepto? ¿En qué les beneficia exhibir sus dudas y carencias en la kafkiana capilla desacralizada? ¿Quién o qué se gana con ello? Uno de los intérpretes dedicó la pieza a su mamá, presente en el concierto, definiendo sin quererlo la naturaleza familiar y amical de la mayoría del público. Muy respetable, claro, pero interpretar en vivo la música de Bach, Beethoven, Dvorak, Romberg y Dohnanyi, al igual que toda la clásica, académica o como quieran llamarla, exige un mínimo nivel de madurez y un espacio menos perverso. No son ejecuciones que resistan una crítica objetiva, pero el crítico, que acudió por otras razones, no puede pasar por alto la mala práctica de los responsables, en este caso del concierto del Ensemble Bernardino Valle con un programa de fragmentos y una sola obra completa (de la que se ausentó tras el primer movimiento, en el límite de lo soportable).
El móvil del crítico era seguir como violinista y camerista al pianista Isaac Martínez Mederos (16 años) conocido como tal en su recital de hace pocas semanas en el Paraninfo universitario. Fue el más maduro del programa en San Martín, pero ni su talento y rigor indiscutibles pudieron con las circunstancias deplorables del lugar. Sin duda nos dará mejores ocasiones de valorar su sorprendente versatilidad. Él ya juega en otra 'liga'.
