La Provincia - Diario de Las Palmas

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A la intemperie

Naturalezas muertas

Oigo en la tele del vecino, que está a todo volumen, que somos el país más ruidoso del mundo después de Japón. Bueno, los ruidos anidan allá donde encuentran unas condiciones favorables para reproducirse y España es uno de ellos. En los alrededores de mi mesa hay una familia de ruidos que entra en acción a las ocho de la mañana, cuando yo llevo una o dos horas trabajando. Se manifiestan con una serie de pitidos semejantes a los de las señales horarias de la radio. Descansan a las ocho y diez y regresan media hora más tarde para taladrarme los tímpanos durante otros diez minutos. He tratado de localizar la fuente, pero cuando me acerco a una esquina parece que proceden de la otra. La acústica es así de misteriosa. Un amigo experto calcula que esos ruidos deben de estar alojados en una de esas postales de Navidad que al abrirlas liberan una musiquilla impertinente. Tengo dos cajas llenas de correspondencia antigua que no me atrevo a abrir porque vendría a ser como exhumar un cadáver al objeto de hacerle una segunda autopsia. Y no estoy ahora mismo para segundas autopsias, ni siquiera para primeras.

-¿Cuánto le durará la pila? -pregunto al experto.

-Es imprevisible -dice-, lo mismo dura más que tú.

Significa que mis hijos podrían heredar mis ruidos. Parece raro, pero yo mismo heredé uno de mi padre. Se trata de un ruido interno, que se produce a la altura de los bronquios y que aumenta en las épocas de estrés. Un pequeño silbido, acompañado de una ligera dificultad respiratoria destinada a recordarme que soy mortal. ¿Más ruidos de orden personal? Sí, el ladrido de mi perro, que murió hace cinco o seis años y que me parece escuchar al caer la tarde, cuando salíamos a pasear. En ocasiones, en vez de un ladrido, emite un lamento que parece venir de más allá. De Japón, por citar un sitio alejado.

Con todo, los peores ruidos no son los de la ciudad, sino los del campo. Desde la invención de las sierras mecánicas ya no hay naturalezas silenciosas, solo muertas. Siempre te encuentras a alguien talando un árbol por los alrededores. Mientras escribo estas líneas, escucho a través de las paredes el informativo que emite la tele del vecino, que casualmente es japonés.

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