Garrapateó uno el otro día un artículo clamando por la inversión pública en educación en las islas, en vista, entre otras cosas, que los programas o esbozos de programas que optan a financiarse a cargo de la desaparición del IGTE insisten, mayoritariamente, en proyectos de obra pública e infraestructuras. Uno empieza a estar realmente harto de la testaruda estupidez de una clase política incapaz de ver más allá de sus narices y que cree todavía que la salvación electoral se imprime en una foto inaugurando algo con sonrisa bonachonamente satisfecha.

A la gente le importa un carajo que se inaugure cualquier cosa cuando está en el paro. Cuando la mayor parte de su familia está desempleada. Cuando más de 230.000 canarios no encuentran un puesto de trabajo. Más allá o más acá del IGTE, por ejemplo, está el legendario cierre del anillo insular en la isla de Tenerife, cuyo coste se eleva nada menos que a 305 millones de euros, lo que representa alrededor de un 18% del gasto en educación que realiza la Comunidad autónoma anualmente. Servidor lleva lustros soñando con la finalización del maldito anillo insular, no porque crea que se transformará en un cuerno de oro que verterá leche y miel sobre los nortes y sures olvidados, sino porque evidenciará que no ha servido para nada. Las infraestructuras de transportes no desarrollan las zonas y comarcas que comunican; en todo caso, según la experiencia acumulada, suelen general externalidades en las zonas (y particular en los núcleos urbanos) ya desarrollados. Si uno recorre Costa Adeje es realmente difícil encontrar negocios (tiendas, escuelas de submarinismo, restaurantes, heladerías, oficinas de alquiler) donde trabajen canarios. Si los jóvenes isleños del sur de la isla no aparecen por ahí, dudo que lo hagan pibes procedentes de Icod, de La Orotava, Santa Úrsula o Buenavista. Pero la voluntad política es indesmayable y a través de una ingeniería de prefinanciación se conseguirán esos 305 millones de euros para ahorrarnos cuarenta y cinco minutos (o una hora y media) de viaje a ninguna parte. Esos 300 millones de ellos estarían más y mejor invertidos en un amplio programa plurianual para conseguir que el profesorado de primaria y de la ESO aprendieran inglés y dictarán la mitad de los contenidos curriculares en inglés en cada aula del país. Porque la inmensa mayoría de los niños y adolescentes canarios son incapaces de sostener una conversación en inglés fluida aunque no demasiado exigente, por no hablar de habilidades lectoescritoras en cualquier idioma extranjero.

La única estrategia de transformación de la sociedad canaria en un país de nuevas vías e instrumentos de crecimiento, de igualdad de oportunidades, de nuevas actividades económicas, técnicas y científicas pasa por un esfuerzo inversor en el sistema de educación pública sistemático y continuado a lo largo de la próxima década. Si no es así nuestro destino es bastante lúgubre: resignarnos a ser una región semisubsidiada, pobre, cada vez más desigual, desarticulada e injusta. Seguir construyendo autopistas y rotondas y centros comerciales y plazas ajardinadas en un desierto económico incapaz de ponerse en pie por sí mismo es un ejercicio estúpido y delirante. Nos queda poco tiempo para reaccionar.