La Provincia - Diario de Las Palmas

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En voz alta

El grito como algo propio

En una visita a Oslo por motivos profesionales, entre llovizna y frío, caminé por sus calles. A la medianoche lo primero que me venía a la mente era el recuerdo para los adolescentes que en una convivencia fueron vilmente asesinados. Un neofascismo que recorre a la vieja Europa. En unos de esos días, después de exponer nuestros trabajos, nos fuimos a visitar el Museo de Oslo, las obras de Edvard Munch (1863-1944). Fui deprisa, a buscar en sus verdes paredes el cuadro mítico, el Grito. Sus dimensiones reducidas me sorprendieron. Y más aún cuando alguien comentó que había numerosas versiones. Me generó extrañeza. Un mes más tarde, en el recorrido a la milla de museos en Madrid, me reencontré con su obra, en la primera exposición desde 1984, Arquetipos. Palabra cercana en mi formación. En la tradición del psicoanálisis, el discípulo más apreciado por Freud, la empleó como categoría y referente para describir una posición y una divergencia honda frente a su maestro. Le permitió describir la orografía de naturaleza cultural sobre la que se fundamentan nuestras experiencias individuales. La influencia de los mecanismos inconscientes que se encuentran en la cultura mediante los cuales comprendemos y organizamos nuestra realidad.

Arquetipos explora la aportación del pintor a la historia del arte moderno, que lo convierte en uno de los padres del expresionismo simbólico junto a Paul Cézanne, Paul Gauguin y Vincent van Gogh. Exposición que refleja bien sus pesares. Decía el pintor: "A veces despertaba por las noches y miraba alrededor: ¿estaba en el infierno?" Este movimiento artístico no se desarrolla mediante un estilo unitario, sino en una búsqueda en la cual el artista, limitando una pintura objetiva, concreta los sentimientos, los estados del alma, los miedos subjetivos, las fantasías y los sueños. Las ochenta obras examinan la larga y prolífica carrera del pintor y muestra su capacidad para sintetizar las diferentes vivencias existenciales como el amor, deseos, celos, ansiedad o muerte; o estados anímicos como melancolía, pasión o sumisión. La figura humana preside sus trabajos pictóricos, a menudo aislada en el centro de las telas dirigiéndose abiertamente al espectador, en busca de un diálogo o una comunicación imposible. Descubrí a un pintor con una biografía personal y familiar adversa y dramática. Todo adquiría en el recorrido por las salas otro sentido. Una narrativa pictórica desde la subjetividad del dolor humano, a partir de sí mismo, su entorno y su propia biografía. Lo seguía descubriendo. Lo vivía más hondo. El grito fue adquiriendo mayor expresividad en lo interior de la vivencia representada, en la medida del reconocimiento de su obra. El Puente, en el grito es símbolo del paso del tiempo, representa al Munch obsesionado con la muerte por sus experiencias vitales: su madre murió de tuberculosis cuando él tenía cuatro años, su hermana también, y vida amorosa tortuosa. Al pintar las aguas agitadas de forma violenta asemejan el sentimiento de angustia del personaje y del propio artista y el paisaje es de colores contrastados, violencia en pinceladas. Representa Oslo, visto desde la colina de Ekeberg.

Cada uno de sus pesares se configura alrededor de estos arquetipos a través de la representación de la figura humana. Utiliza diversos escenarios: la costa, la habitación de la enferma, la habitación verde, el bosque, la noche o el estudio del artista y combina obras tempranas y versiones tardías, pinturas y obra gráfica. El recorrido de la muestra, advirtió en mí vivencias de muchos de los pacientes que había encontrado en la profesión, y entendí por qué un día aposté que a las personas con sus experiencias y vivencias tan singulares había que ofrecerles un espacio para sus gritos íntimos, expresados en lo creativo. Es muy probable que por pintar Munch encontrara una salida a sus fantasmas personales y familiares. Un cuadro, donde aparece su hermana, lo repintó unas ocho veces. Seguro que en todos los retoques cambió la posición de la misma en la escena pictórica, como a lo mejor había ocurrido en su vida. No lo sé, eso me sugiere esos volver y volver a pintar. Según parece, al contrario de otros pintores, pintaba al mismo tiempo varios cuadros. Reflejo de gran fluidez y tormento de sus vivencias para sacarlas fuera de sí y dominarlas.

Su probable objetivo no era entonces recrear la realidad, sino utilizarla para expresar un sentimiento de angustia y soledad. Es por tanto, una obra en donde prima lo expresivo sobre lo narrativo, siendo aquellos aspectos más negativos en su vivencia los que más atraen al pintor, prisionero de lo perceptible de la debilidad humana. Para conseguir la comunicación del sentimiento Munch recurre a todo tipo de aspectos formales que creen inquietud en el espectador. De esta manera opone rectas a curvas o colores cálidos a otros fríos, creando un fuerte contraste entre ellos. Igualmente, la perspectiva acelerada hace que la visión no pueda centrarse en un solo punto y vaya moviéndose por diagonales y curvas que generan un movimiento tenso y compulsivo, semejante a la agitación interior que sufre el personaje. De esta manera, el exterior se deforma, como si su angustia se comunicara hacia el paisaje que, con sus colores arbitrarios, nos refleja, más que un entorno, un estado de ánimo.

Realmente el pintor logra expresar el desfallecimiento del hombre ante una realidad cada vez más compleja y confusa, y la advirtió con contrastes y ondulaciones desde entonces con el Grito propio. Un deseo común a todos Gritar más de una vez. Esta es su cercanía.

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