Los tullidos trenes que iban desde el norte a donde fuera y volvían desde el sur al centro; y los que todavía conservaban la madera, los menos, y los que destripaban carbón y miseria, y después excesivo gasóleo. Todos llevaban la chapita, en algún departamento, o en la mayor parte: "Es peligroso asomarse al exterior". Porque las ventanas se podían abrir, al menos hasta la mitad, y se oía el ruido ensordecedor de la tracción, sobre todo en los túneles, y el pitido de la máquina que avisaba a no sé quiénes, seguramente a algún suicida involuntario y en potencia, en los pasos a nivel, miles en la época. Los trenes de este país fueron todos del siglo XIX hasta finales del XX y principios del XXI. Son una metáfora del atraso, del haberse subido muy tarde a la revolución industrial, a la primera, o de no haberse subido nunca (en Canarias todavía no hay trenes, ¿por qué?) Los trenes también sirven de tropo literario para explicar las decisiones que originaron y llevaron a la actual crisis económica. Por ejemplo, los trenes británicos funcionaban muy bien, eran modernos y rápidos, pero apareció la señora Thatcher, y al otro lado del Atlántico el señor Reagan, con sus desregulaciones, y los trenes británicos pasaron a ser un desastre, hoy lo siguen siendo, y los mercados y sus peones camparon por sus fueros hasta que les explotó en las manos Lehman Brothers, por poner un ejemplo. Volverá a ocurrir porque todavía queda mucha clase media europea que quiere viajar en trenes normales, no de lujo, normales, equipados y rápidos. Y la clase media molesta, a la derecha y a los populistas. Los conservadores la quieren domesticada y pagadora; los segundos la prefieren proletarizada e insumisa, para su mejor control y desprecio. Por eso es peligroso asomarse al exterior, nos vuelven a decir esta vez sin plaquitas, porque nos quieren quitar hasta los trenes normales y modernos. Ya nos machacaron las esperanzas y el futuro mejor para nuestros hijos y nietos. Ahora se trata de que nos demos cuenta rápido y pronto de que los derechos y libertades eran quimera pura, un espejo para ahuyentar los malos espíritus entonces tras el telón de acero. Desaparecidos estos, derrotados por su propia inoperancia y barbarie, ya no hacen falta zanahorias. De eso y de cuestiones similares van las próximas elecciones generales del 26 de junio. Ese es el juego. ¿Lo entiendes, compañero?