El 10 de mayo de 1843 nació Benito, el décimo hijo del matrimonio Pérez Galdós en su casa de la calle del Cano del barrio de Triana en Las Palmas, que tal nombre tenía esta ciudad por entonces ("de Gran Canaria" fue añadido por Orden del Ministerio de la Gobernación en 1940).

No ha sido Galdós profeta en su tierra a pesar del afecto mutuo que comenta Rodríguez Drincourt en su interesante libro. A pesar del tiempo pasado desde que su biografía y su obra fueran manipuladas durante la Dictadura franquista por altos representantes de la iglesia, la política y la sociedad isleña, resulta inconcebible que todavía tanta gente (incluso alumnos de Educación Primaria) siga recordándonos en nuestras Rutas por la Ciudad de Galdós que este se sacudió el polvo de sus zapatos al salir de su ciudad natal: unos dicen que lo hizo al llegar a Cádiz y otros, que fue en el viejo muelle de San Telmo antes de embarcar en 1862 (incluso no falta quien dice que lo hizo al llegar a Madrid). Lo cierto es que el inventor de semejante infundio tuvo tanto éxito que, en pleno siglo XXI, se ha tenido que llegar a grabar en piedra y bronce junto a la Casa-Museo las palabras que una vez más tuviera que repetir un viejo y cansado Galdós ante la insistencia de algún periodista: ¿Que de dónde soy? Hombre, si eso todo el mundo lo sabe: de Las Palmas.

Esta anécdota, como se sabe, parte de la infancia de Santa Teresa de Jesús en Ávila. Y entre las muchas versiones que existen relatamos la que dice que, ya desde niña, Teresa tenía gran afición por leer las vidas de los santos y un día propuso a su hermano Rodrigo que la acompañase a "tierra de moros". Rodrigo coge la espada de su padre y Teresa un crucifijo, y salen de casa dispuestos a convertir a los infieles a la fe cristiana. Y dicen que cuando fueron alcanzados por su tío en los Cuatro Postes y los obligó a volver a casa, Teresa, enfadada, se quitó las sandalias y, sacudiéndolas, pronunció la consabida sentencia: "De Ávila, ni el polvo".

Hemingway, gran admirador de la Santa, llegó a decir unos siglos más tarde que le hubiese encantado conocer Ávila en tiempos de Santa Teresa y que le habría gustado llevar el polvo de Ávila en sus zapatos a pesar de que ella se lo hubiera sacudido de sus sandalias. Nosotros, grandes admiradores de D. Benito, hemos dedicado mucho tiempo a conocer La Ciudad de Galdós (Las Palmas en la segunda mitad del XIX y principios del XX), aunque pudiera ser verdad aquello que dicen de que un joven imberbe de 19 años se hubiera sacudido el polvo de sus zapatos antes de marcharse a Madrid a estudiar Leyes. Y, de ser cierto el caso, creemos que fue una lástima que en el Muelle Viejo de San Telmo no existiera por entonces un humilladero donde Galdós pudiera sacudir sus zapatos contra sus columnas dóricas o la cruz de granito, pues eso hubiera hecho todavía más verosímil semejante patraña y hoy tendríamos, como en Ávila, un lugar de cita de todos los turistas que visitan la ciudad atraídos por la polvacera galdosiana.

Pero salgamos de la ironía y volvamos a nuestro propósito: hay ciudades que evocan el nombre de un escritor y aparecen unidas a él dentro de la memoria colectiva, tal es el caso del Dublín con Joyce, Alcalá con Cervantes, Granada con Lorca, Lisboa con Pessoa, Praga con Kafka? Desde esta perspectiva, nuestro propósito con el proyecto de La Ciudad de Galdós no es otro que unir definitivamente el nombre de Las Palmas con D. Benito en justicia y desagravio a tanta intransigencia por parte de los fanáticos que lo tacharon de hereje y anticlerical, y por los sectores más reaccionarios de la sociedad isleña que consiguieron instalar en muchas mentes la idea de que Galdós fue un traidor con su patria chica y hasta amenazaron con excomulgar a las autoridades franquistas si se abría su Casa-Museo.

Y porque todavía quedan bastantes detractores, decimos que hay razones más que suficientes para decir que "Las Palmas es la Ciudad de Galdós": aquí nació y vivió hasta cumplidos los 19 años. En Las Palmas realizó toda su formación académica: primeras letras en las "amigas" y escuelas, y estudios de Secundaria y Bachillerato en el Colegio San Agustín; en el Gabinete Literario recibió clases de pintura y allí se encuentra el último retrato al óleo hecho al autor por Juan Carló; en Las Palmas tenemos "su" calle (desde 1883, aunque hay quien sigue diciendo que es por su hermano Ignacio), su instituto público (desde 1916), "su" Casa-Museo, en la vivienda natal (desde 1964), "su" Teatro (desde 1910, aunque el pueblo lo llamó con su nombre desde el estreno de Electra en 1901). Hacia 1950, al parecer por iniciativa de Saulo Torón, un sinfín de calles en San Antonio y Ciudad Alta fueron rotuladas con los nombres de su obras y sus personajes. Las Palmas fue dibujada por el lápiz de Galdós y aparece reflejada en su obra literaria de juventud. Gracias a Galdós, la catedral de Santa Ana tiene su personaje, tan musical como Maese Pérez y tan jorobado como el de Notre Dame; el Ayuntamiento de la ciudad ha sido testigo de innumerables actos de adhesión a Galdós, como su propuesta para miembro de la RAE y el Premio Nobel de Literatura (1912). El joven Benito inicia su carrera literaria en los periódicos locales: La Antorcha y El Ómnibus, en el que sigue colaborando incluso después de su marcha a Madrid. Siendo un joven estudiante de Bachiller, participa en la vida activa de Las Palmas tomando partido en la polémica surgida en la ciudad por el lugar de emplazamiento del Teatro Nuevo (él lo llamaría, irónicamente, el Gran Teatro de la Pescadería)? ¿No son razones suficientes (y no citamos más por una cuestión obvia) para decir que Las Palmas es la Ciudad de Galdós?

Pero ¿cómo era la ciudad de Galdós en 1843, año en que nace nuestro escritor? Era una pequeña ciudad de 15.000 habitantes con calles de piedras iluminadas por las luces de las antorchas y faroles de aceite o por la luna llena, y pilares públicos para el abastecimiento de agua; una ciudad con solo dos barrios, Vegueta y Triana, encerrados entre murallas y unidos por dos puentes, de piedra y palastro, sobre el Guiniguada; una ciudad sin luz eléctrica iluminada por las luces de las antorchas y faroles de aceite o por la luna llena; una ciudad repleta de conventos, iglesias y ermitas, sin universidad (no la tendría hasta finales del siglo XX), ni centros culturales, ni institutos públicos de segunda enseñanza, ni teatros, ni bibliotecas, ni siquiera carruajes que circularan por sus empedradas y polvorientas calles. Una ciudad que, gracias a las primeras iniciativas del Gabinete Literario, empieza a salir de un largo letargo de más de tres siglos negada a la educación, la cultura y el progreso.

Hoy, Las Palmas de Gran Canaria, con casi 400.000 habitantes, es una ciudad amable y cosmopolita, envuelta por el rico colorido de los riscos, una ciudad abierta a las diferentes culturas y al mar en la que el visitante puede pasear entre casas coloniales del siglo XVI y pararse al sol en sus alegres terrazas. Vegueta es la ciudad señorial y antigua, con hermosas edificaciones de piedra. Aquí se encuentra la Catedral, la Audiencia, el Palacio Episcopal, el Ayuntamiento, la ermita de San Antonio Abad, la Casa de Colón y las nobles casas coloniales de grandes balcones. Al otro lado del Guiniguada está Triana, la ciudad moderna y mercantil, sede también de importantes centros culturales como el Gabinete Literario, la Casa-Museo Pérez Galdós, el Museo Poeta Domingo Rivero, el Teatro Pérez Galdós...