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CRÍTICA Orquesta Filarmónica

Del talento de Laura Vega al popurrí de Roukens

Una breve fanfarria de Laura Vega abrió el programa del viernes. Metales (sin tuba) y timbal dieron cuenta en pocos minutos de la cultura y el talento de la joven compositora grancanaria. Su Brahmsiana, estrenada hace seis años en Dresde por el gran Frühbech de Burgos, tuvo en la primera audición local una lectura nítida y erguida. Su autora dice haber reelaborado motivos de la Tercera Sinfonía de Brahms, que apenas se hacen audibles por su admirable metamorfosis en una declamación personal, afirmativa y brillante. Es genuinamente Laura Vega en su gusto por las citas de compositores históricos sometidas a una transformación que conecta estilos en el crisol de su imaginación, casi aforística en este caso y, como siempre, bien avenida con el propio credo contemporáneo. Magnífica pieza y estimulante versión en la batuta de Pedro Halffter.

Sin embargo, el Concierto para percusión del aún más joven holandés Jey Roukens (34 años) suena a viejo. Después del desarrollo de esta sección orquestal en el siglo XX y lo que va del XXI, se entiende con dificultad una regresión tan romantizada, en el punto de confluencia de la melodía pura, el folclore y el pop. La escritura orquestal tiene poco que decir y sonó por momentos descentrada y a remolque del solista, como si hubiera tenido escaso ensayo. Largos pedales pianísimo del concertino y otros arcos cantan convencionalmente a dúo con las percusiones o a su aire. El primer movimiento abunda en ecos y citas de diversa procedencia. El segundo abusa del vibráfono, activado con las mazas y el arco de violín: un instrumento peligroso más allá de los apuntes tímbricos, porque su naturaleza dulzona puede empalagar. El tercero centra sus acentos folk en membranas claras, placas y platos. Dentro de su carácter, es el mejor elaborado. Y el cuarto utiliza la marimba como instrumento central, con evocaciones del vibráfono y un estilo apasionado que vuelve a servirse del ostinato minimalista.

Una obra larguísima para lo que contiene, pero muy efectista en el generoso despliegue del orgánico percusivo, espectacularmente volcado por Francisco Navarro, solista de la orquesta cuyo consumado virtuosismo rescata el interés de su parte de la grisalla general. Fue ovacionado y braveado por el público, especialmente por su segmento más joven a juzgar por la manera de manifestarse.

Obligaciones sobrevenidas impidieron al crítico permanecer en la sala durante la segunda parte del concierto, ocupada por la Segunda sinfonía del tardorromántico británico Edward Elgar.

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