La Provincia - Diario de Las Palmas

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¡Qué tiempos aquellos!

De barberos y zapateros

En la década de los cincuenta un poco antes y después por todos los barrios proliferaban las barberías y zapaterías, también pequeñas carpinterías, pero estas desaparecieron.

En los barrios las barberías se solían montar utilizando una habitación de la casa que daba a la calle, por ello su espacio era reducido, también lo era el mobiliario.

El sillón del maestro, un espejo grande y varios pequeños, varias sillas, las mesa central, una especie de vitrina con los instrumentos, botellerío con agua de varios colores, la colonia Varón Dandy y el famoso Floid. Un almanaque del año en curso y un lavamanos. No podrían faltar la radio y el botijo.

Los barberos tenían que se amantes de la ornitología, pues en casi todas, en la puerta, tenían colgadas dos o tres jaulas con los multicolores y cantarines pájaros canarios. Las paredes estaban llenas de fotos del futbolistas, boxeadores y puntales de la lucha canaria. En todas solían formarse verdaderas tertulias y se hablaba y discutía de todos menos de política. Allí te enterabas de todo cuanto acontecía en los barrios y en la ciudad.

Se leía el periódico, sobre todo El caso, el Marca, también El Diario de Las Palmas y La Provincia. Algunos barberos eran muy mañosos e igual te sacaban una muela que te ponían una inyección. Los cortes de pelo eran muy simples, al rape al "estilo cuartel", el corte "león" el corte normal para los mayores y la chiquillería al rape con moña sobre la frente.

Antiguamente las barberías no tenían letreros, se las conocía por el nombre o al apodo del barbero. En el barrio de San Antonio -y el mío- solo habían dos: la de Silvestre en la primera calle y la de Juan el Barbero, en la última calle. Zapatería solo había una, la de Maestro Lázaro al lado de la trasera del Cuartel de Mata.

Como anécdota diré que al lado del cine Cuyás había una barbería y el Fígaro era un personaje. Alto, fuerte, bastante gordo, casi redondo, en manga de camisa y con tirantes. Tenía un bigote al estilo Dalí, cuando la chiquellería nos parábamos en la puerta, él movía el bigote abriendo mucho los ojos. Un día uno de la pandilla le gritó: "El bigote es falso, está pegado". Se dirigió al grupo y empezó a moverlo y efectivamente, era suyo. "¡El que me mira, repite!" -nos dijo- "¡Tóquen Tóquen!".

Solía ponerse en la puerta, siempre sonriente, saludando a la muchachada peatonal como un capitán en el puente de mando.

En cada barrio habría un barbero bastante popular por su maestría y personalidad, pero, sin lugar a dudas, el más popular era Tatayo. Tenía una pequeña barbería en el barrio de San Nicolás, al lado de la Iglesia, en la calle Real del Castillo que, más que calle, es la cuesta más empinada de la ciudad. Era pequeño, muy moreno, pelo rizado, bigote y en su bata blanca, en el bolsillo superior, el peine y las tijeras. Todo un personaje, siempre de buen humor, llegando a ganarse el sobrenombre de "Marqués de las tijeras".

En el Risco estuvo muchos años, luego se trasladó al barrio de los Arapiles, ya con el letrero de Barbería Tatayo. Y su clientela del Risco, casi toda, seguían yendo a arreglarse a casa del maestro.

He de decir que esa época, últimos de los sesenta, empezaba yo a salir en el periódico y en televisión y él recortaba los artículos y los ponía en la vitrina para que la clientela se enterara. También de futbolistas y boxeadores, clientes y amigos. Todo un detalle.

Ya casi las barberías han desaparecido, pero todavía se pueden encontrar algunas en algún rincón de algún barrio. Hoy son flamantes peluquerías con letreros luminosos: "Alta peluquería y belleza", "Artistas peluqueros", "Uni sex". Entras en una de ellas y no te sorprenda que el artista peluquero te diga "caballero disponemos de cuarenta variedades de corte de pelo. Elija un número".

No hay duda de que la "joya de la corona" era La Única, en el corazón del "Catalina Park". Entrar y salir de ella era casi, casi un acto social. Recuerdo que sólo una vez fui a La Única, lo hice un poco por golisniar, entré y me dice el maestro: "Muy buenas señor, ¿Desea un completo?" Y yo, sin saber lo que era le dije que sí. Consistía en corte de pelo, afeitado, masaje facial con paños calientes y fríos, colonia y manicura.

Al salir me quedé unos segundos en la puerta, respiré mirando hacia el parque y me sentí más fachento que un churro en una escudilla de chocolate.

Antiguamente los zapateros recibían al cliente sentados, no se levantaban, ejercían su trabajo en una pequeña mesa sentados en una banqueta casi a ras del suelo, zapato y lezna en mano y la horma de hierro, entre las piernas. Algunas zapaterías se instalaban en un zaguán. Tengan presente que les estoy hablando de cuando un tranvía atraviesa la ciudad echando humo. Que para ir al Mercado de Vegueta, solo podías hacerlo por el puente de palo o por el puente de piedra. Era la época en que el pueblo llano y soberano -¡Soberano, qué coñac! Leía mucho: novelas de Coryn Telado, M. L. Estefanía, del oeste, del FBI, policíacas...

De cuando Cañadulce se recorría la ciudad a grito pelao con su megáfono de hojalata diciendo aquello de: "No vayan al Torrecine que hay pulgas"... De cuando las mujeres no usaban pantalones y las peluquerías eran de señoras. Era la época del "traje chaqueta" y los zapatos en la caja de cartón, duraban años y años, de cuando toda la muchachada querían ir pa' Venezuela y otros regresaban de Cuba con sus perritas, de cuando Evita Perón nos mandaba los barcos con las bodegas llenas de sacos de millo.

Todo cambia, ¡Se transforma! Cerca de donde vivo, antes había una zapatería. Ahora, después de tantos años la abrieron con este letrero: "Artista reparador de calzado!". ¡Échale mojo!

Ahora el zapatero no te recibe sentado, lo hace de pie, con bata gris, detrás de un mostrador y unas estanterías llenas de los más diversos productos relacionados con el cuero: bolsos, cinturones, carteras, sombreros, chalecos y cazadoras a medida, llaveros, mecheros, cepillos y tintes de todas clases y hasta reproducciones de toda clase de llaves.

Hoy en día, en las zapaterías, casi casi, de todo, como en botica. Que los tiempos cambian que es una barbaridad, es un hecho.

El paso del tiempo hace historia y este pasa inexorablemente, pero la historia siempre estará presente.

¡Qué tiempos, aquéllos tiempos!

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