La Provincia - Diario de Las Palmas

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Elizabeth López Caballero

De la fe ciega a la realidad más cruel

Soy mujer y me gusta sentirme libre. Y no sólo por mí, sino por todas esas mujeres que a lo largo de la historia dejaron su vida luchando por los derechos de los que hoy, por suerte, disfrutamos. Me gusta sentirme libre, porque es mi condición de ser humano, y porque es un homenaje a ellas. Soy mujer, y a pesar de la lucha, sigo teniendo obstáculos. Pero no pienso parar de reivindicar mis derechos. Ni por mí, ni por las que ya no están o estén por venir. Y esta libertad de la que hablo es uno de los mejores regalos que me ha concedido la vida. Pero, últimamente, ando un poco despistada y melancólica al ver cómo muchas de nuestras mujeres, mujeres occidentales, rechazan esta situación de independencia para vivir bajo la sumisión de una religión (el Islam) que no es la nuestra, y bajo los dictámenes de un Dios que no parece querer mucho a la mujer.

Si hacemos un viaje a través de la historia podremos observar que llegar hasta aquí no ha sido una tarea fácil. En el año mil setecientos setenta y seis se firmó la Declaración de los Derechos de Virginia, y en mil setecientos setenta y ocho la Declaración de Derechos del Hombre en Francia. Ambos documentos excluían a la mujer. No fue hasta mil setecientos noventa y uno cuando llegó la declaración de los Derechos de la Mujer. En mil novecientos cincuenta y dos se firmó el primer texto jurídico que hacía referencia a nosotras. En mil novecientos setenta y cinco las Naciones Unidas declaró el ocho de marzo como el Día Internacional de la Mujer y en mil novecientos noventa y cinco la Plataforma de Acción de Beijing dejó asentado que los derechos humanos de todas las mujeres y niñas deben formar parte esencial de las actividades de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas.

Como pueden observar la evolución ha sido lenta. Pero, insisto, seguimos en la lucha. Por este motivo me cuesta entender qué está sucediendo con las nuevas generaciones, adolescentes con muchas puertas abiertas gracias a sus antecesoras. Jóvenes con acceso a una formación de calidad, con acceso a información y a un futuro donde ellas sean las que dirijan el timón de sus vidas. Porque eso es lo que les intentamos inculcar desde que tienen uso de razón. A disfrutar de su autonomía, de las leyes que las respaldan y a no dejarse dominar por nadie. Sin embargo, a pesar de ello cada vez son más las mujeres que deciden (voluntaria o involuntariamente, eso está por ver) abandonar sus vidas europeas para viajar a Siria y casarse con un "Guerrero Santo". Según un informe del Ministerio de Interior se calcula que sesenta y tres francesas, cincuenta inglesas, cuarenta alemanas, catorce australianas y seis españolas, a las que les gustaba vestir en short, pasear, salir de fiesta, fumar? forman parte de la Yihad, cambiando sus vaqueros por un velo que cubre su rostro y una túnica que condena su cuerpo al olvido. Iniciando un viaje sin retorno. Porque una vez que llegan a Siria o a Irak y pasan a ser posesión de su esposo es imposible volver a su vida anterior. ¿Cómo sucede esto? Me encantaría encontrar una respuesta.

Quizá la culpa es de la rebeldía típica de la adolescencia. Del hastío en el que viven muchos de nuestros jóvenes, y mayormente de las redes sociales. Pues es una vía potencialmente peligrosa para captar a futuras esposas devotas. Hay varios blog como Ask.com o Tumblr, donde muchachas comparten experiencias de otras chicas casadas con yihadistas y reciben consejos sobre cómo llegar a Siria o con qué personas contactar. Umm Layz, británica, tiene un blog (Diario de una muhajirah -migrante o peregrina-) con dos mil seguidores en Twiter, en el que hace de alcahueta para captar a chicas que quieran formar parte de la yihad, alegando argumentos del tipo: "aquí no tendrás que pagar alquiler y formarás parte activa de la yihad". Pero omite que nunca formarán parte activa de este movimiento porque el papel de la mujer es dar a luz a los hijos de los muyahidines (guerreros), criarlos y enseñarles para que sigan extendiendo el islam por el mundo y formar parte de un harén. Que a las mujeres adúlteras se les lapida y en caso de transgredir alguno de los códigos de vestimenta recibirán fuertes castigos. Esto ya sucedió con los talibanes en Afganistán, y se repite ahora con la yihad en Siria e Irak. ¿Será esta la única guerra que no puede ganar occidente? No nos enfrentamos sólo a una guerra física, sino también psicológica? Y desde el momento en el que nuestras mujeres deciden abrazar esa ideología significa que vamos perdiendo la batalla.

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