La Provincia - Diario de Las Palmas

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El placer de trabajar con Núria

Por fin los Príncipe/Princesa han hecho justicia con el teatro. O con las artes escénicas en general. Siempre fue su "función pendiente", una deuda a pagar con el tiempo a la busca de cómicos o autores o directores que merecieran tal honor.

Me quejaba yo no hace tanto de que estos queridos premios buscaban más la portada del New York Times que los merecimientos propios de los verdaderos artistas. Esas quejas iban dirigidas "contra" Leonard Cohen por la injusticia del olvido de un Serrat. O un Paul Mc Cartney en nombre de Beatles. O Sabina. ¿Aún estamos a tiempo de que se corrijan esas injusticias?

No es el caso de Núria. Si decimos Núria a secas, o la Núria como dirían en su Cataluña natal, todos sabemos que estamos hablando de Espert. Es todo un símbolo de lo que es, o debería ser, una verdadera dama del teatro. Por cierto, una hermosa especie al borde de la extinción.

Hemos maltratado tanto a los cómicos que fue la profesión más despreciada de este injusto país. Apenas hay admiración y respeto hacia esa vida tan peculiar que han elegido para vivir e intentar ser felices dependiendo de las tablas que se tengan o se hayan pisado. O aun se puedan pisar.

Nada que ver con la adoración que tienen ingleses o franceses hacia sus transmisores de sentimientos, tragedias, poesía, ternura? Nos acercan a ellas. Nos hacen reír o llorar o conmover. Nada más bello. ¿A qué viene entonces ese ninguneo hacia esta hermosa profesión? La prueba es que sólo tres grandes actores se han merecido este prestigio. Y sólo una de ellos es dama.

Dame es el título aristocrático que dan los ingleses a estas insignes damas. Y Sir a los no menos ilustres caballeros. Los franceses también saben de honores escénicos. Nosotros, un premio Max y desde no hace apenas tiempo.

Por eso me alegro tanto de lo de Nuria. Toda una vida en y para el teatro. Es inútil hablar de sus hitos, por la asombrosa cantidad- y sobre todo calidad- de toda esa vida, que aún continua agarrada a esas tablas sagradas. Nunca le amó la cámara. Jamás se encontró cómoda con el cine y la televisión. Mejor para los que amamos el teatro.

Y pocos placeres hay como compartir con Nuria esa sensación de admirarla de cerca -como es mi caso- al trabajar con ella. Era mi debut como productor independizado. Y que privilegio. La brisa de la vida, del estupendo autor inglés David Hare, fue el motivo de que esa brisa me llevara a Nuria y a Amparo. La Rivelles, naturalmente. Otra gran dama. ¿Se puede empezar mejor? Nuria me fue luego "infiel" y nos quedó medio país de bravos y admiraciones. La obra se murió a las puertas de Madrid porque se interpuso La Celestina. Y ante eso, la libertad se impone. Pero nunca olvidaré la experiencia. Ni su cultura, su ironía, su humildad, su sentido del humor que casi nadie aprecia, su profesionalidad, hasta ese "soniquete" en su estilo de interpretar. Molesta a algunos. Pero Núria sin esa forma de recitar tan personal jamás llegaría a ser Espert.

Va a cumplir 81 años. Asombroso. Un ejemplo de vida. De ética. De compromiso. Querida Núria, que la brisa de la vida no te arrastre nunca de las tablas.

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