La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aula sin muros

El saber no ocupa lugar

Si las preocupaciones de la gente se midiesen por el nivel de las conversaciones en bares o lugares de trabajo, podemos afirmar, sin equivocarnos, que los deseos e interés por el saber, entender el mundo y la transcendencia han disminuido con respecto a los tiempos en los que, en el Bachillerato, era obligatorio traducir la Eneida del difícil Latín de Ovidio, la Odisea de Homero o leer y entender la filosofía de Santo Tomás de Aquino, Descartes, Kant o el anárquico y heterodoxo Schopenhauer. Hoy, grandes, chicos y medianos, discuten, con pasión, la mejor jugada y gol que convierte un jugador, prodigiosa para unos, simple, cuando no ofensiva para otros, dependiendo de si quien la realiza es un jugador de su equipo o de otro al que se le profesa una inquina rayana en el odio. Reflejo de la intolerancia de las tribus identitarias a un solo bando, color, equipo o bandera. Tal como antes decían que era la religión como "opio del pueblo", anestesia para millones de parados que no dudan en gastarse dineros en el fútbol y copas mientras en sus casas escasean las proteínas, vitaminas o un libro que la escuela o colegio recomendó comprar para sus hijos. De esta manera los deportes de masas sirven como amortiguadores de crónicas reivindicaciones y flagrantes injusticias mientras se enriquecen, hasta límites de indecencia, los ídolos del balón, otras pelotas, corredores de carísimos autos de circuitos de carrera, enfundados en ropas parcheadas de marcas y sus respectivos empresarios y profesionales, siempre los más adinerados del lugar o venidos de países exóticos en los que, hasta bien poco, no sabían distinguir un balón de fútbol de un melón o una calabaza. Perfecta unión entre pasión fanática y mercado. Cultura televisiva en la que discuten tertulianos y políticos del "y tú más" en cuyos debates y mutuas embestidas, más que debatir ideas en profundidad, aflora la intención de tumbar o dejar en entredicho al contrario. Uno de los síntomas de este abandono y desinterés por la cultura viene de idearios e instancias políticas que con un cúmulo de leyes educativas, sin apenas tener en cuenta contextos socioculturales e históricos de territorios, han convertido en las llamadas "marías" asignaturas como la Filosofía, las lenguas clásicas, la Literatura o el Arte. El razonamiento conduce a engaño. Se justifica porque hay que dar prioridad a materias de estudio que tengan un mayor acceso a los posibles nichos de empleo o mercado laboral. En la coyuntura actual de crisis y desempleo generalizado ni con esas. Está bien apostar por la Informática, las lenguas modernas, incluido el chino mandarín, en todos los niveles educativos, pero es una aberración eliminar, de un plumazo, la Filosofía y la Historia Universal de la Literatura, como se ha hecho, digo perpetrado, en los ciclos educativos. Las becas para estudiantes universitarios de los ministerios franquistas de la década de los setenta permitieron que muchos hijos de la clase trabajadora ingresaran en la universidad. En Canarias también lo propiciaron mecenas de gente de alcurnia y algunos empresarios que instauraron la sana costumbre de que el estudiante becado, como una especie de pago o préstamo social, debía adquirir el compromiso de que, al terminar los estudios y encontrar trabajo (harto fácil en aquellos tiempos) debía comprometerse a sufragar parte o todos los gastos de otro estudiante pobre que quisiese estudiar una carrera. Como consecuencia la cultura, en su expresión más alta de conjunción de saber y desarrollo profesional, se democratizó y dejó de ser patrimonio exclusivo de las clases altas, muchos de cuyos hijos tardaban la intemerata en concluir la carrera y se pasaban los cursos luciendo sus caros coches de importación y otros productos de lujo fruto de la libre franquicia de la importación isleña. Pero ya antes, ni siquiera esos ministros y pensadores del ideario del Movimiento y la Iglesia Católica habían prescindido de las asignaturas como el Arte, el Griego, el Latín o la Filosofía. Eso permitía que algunos profesores no adictos al Régimen colaran, en sus explicaciones, ideas filosóficas de heterodoxos pensadores o, al menos, adiestraran a los alumnos y alumnas en la Lógica y la Metafísica, una forma de aprendizaje, forma de pensar racional que les sirviera para entenderse a sí mismos y el mundo.

Escribía el insigne Octavio Paz que "existe un hueco, una sed que no puede satisfacer las mercancías capitalistas ni la técnica". Wittgenstein dijo que la poesía "muestra", la Filosofía "dice". La poesía enaltece al mundo, la Filosofía lo define. Acerca de la función humanística y social de la Literatura escribió Cervantes cuando pone en boca de Don Quijote: "? hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo; y entender y hacer que las buenas leyes se guarden". Siglos después, en el frontispicio de los lugares del saber de la Ilustración francesa, se rotulaba "sapere aude": atrévete a pensar.

Da la impresión de que eso es precisamente lo que intentan evitar los actuales mandamases y legisladores del saber. Crear alumnos dóciles, con la mínima o nula capacidad de crítica. Autómatas de un pragmatismo mal entendido, cicateros en el arte de pensar y educados en el pensamiento único. Había un máxima que repetían, una y otra vuelta, nuestros abuelos isleños: "Mi niño, el saber no ocupa puesto o lugar". Es verdad que expresaba la endémica frustración de no poder, en otra época, acceder a la cultura, a veces ni siquiera a la escuela. Pero también era un sabio consejo, para que se aplicaran en el deseo de pensar, memorizar y hacerse con prácticas por las que las nuevas generaciones tuvieran la esperanza de ser redimidos de un atraso de siglos.

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