El gran pianista y director Iván Martín revalidó una vez más su calidad de líder de la interpretación musical canaria en el mundo. Solo supera el orgullo de constatarlo el placer de escuchar sus lecturas, en esta ocasión del Tercer concierto para piano de Beethoven, inteligentemente enfocado como puerta de paso entre dos etapas estilísticas del compositor. Aún subsiste la huella de Mozart y Haydn en el carácter y la ornamentación del primer movimiento, por el trato académico de la forma-sonata y los mordientes grupetos, escalas y trinos, pero la ruptura romántica presiona y se impone. El solista dibuja el tránsito con singular lucidez y autoridad en la dinámica, el tempo y la misma evocación del perlé mozartiano.

Pero su pulsación se adensa en los episodios heroicos y emocionales, sobre todo por la fuerza constructiva del contraste. La sutil cantabilidad del segundo tema del allegro, que reaparece en medio de la tumultuosa cadencia, como también el arranque del largo, testimonian una admirable dicción poética entre oleadas de virtuosismo épico. Iván Martín es un artista creador en la acepción mas plural del concepto. Dirigida por Halffter, la Orquesta Filarmónica puso en juego su profesionalidad con una participación aceptable, aunque, como viene siendo frecuente, dejó la impresión de un escaso ensayo, con vacilaciones felizmente compensadas por la agilidad de reflejos del solista. Ovación braveada, sin regalo de bis.

Halffter conoce muy a fondo la Séptima Sinfonìa de Bruckner en su dimensión real (tras la reducción pianística del día anterior). Nueve trompas (cuatro de ellas también tubas wagnerianas), trompetas y trombones a 4 y tuba traducen los pesos y medidas de una partitura bellísima y complicada que, salvo en codas triunfalistas, no se desbocó en el exceso. La batuta marcó y modeló con saber e inspiración el pluriverso temático de la obra, su duración enorme, la brusca apariencia de lo inesperado y superpuesto, la ternura, la potencia y las combinaciones poliédricas del personalísimo lenguaje de Bruckner, acaso el sinfonista más sorprendente de la última generación romántica. Cálida y precisa aportación de las cuerdas y, en general, una buena versión.