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Del mote a la invocación

Nos gusta motejar. Hemos pasado parte de nuestra historia haciéndolo. Los políticos no han sido una salvedad en esta especie de deporte nacional que consiste en la descalificación del prójimo, generalmente acentuando sus defectos. Sólo por poner unos pocos ejemplos, durante la Segunda República a Niceto Alcalá Zamora, que ya de por sí tenía nombre de personaje de zarzuela, se le conocía por el Botas; a Azaña, delatado por su físico, lo llamaban el Verrugas; a Dolores Ibarruri, le cayó el mote de Pasionaria, y al ministro de Educación, Martínez de la Rosa, no me pregunten por qué, lo apodaron Rosita la Pastelera.

Más tarde, en el franquismo y, por si acaso, hubo que recurrir al enmascaramiento para poder continuar con la costumbre castiza de motejar a los demás. Al periodista Cuco Cerecedo se le ocurrió hacerlo por medio de unas semblanzas taurinas: Arias Navarro pasó a ser Carnicerito de Malaga; López Rodó, el Niño de las Monjas; Girón, Fortunita de la Cruzada; Blas Piñar, Bombita, y Adolfo Suárez, el Posturas de la Moncloa. Suárez sería recordado más tarde, gracias al audaz ingenio de Alfonso Guerra, como el tahúr del Misisipi, que con el uso adquiriría gran retintín.

Guerra se prodigó mucho en el remoquete y tenía cierta vis cómica para los motes. Ni él mismo se libró de ellos: de hecho se le conocía por el Canijo. Al vicepresidente socialista durante los ochenta se le atribuye, entre otras, la marca Bambi con que inicialmente obtuvo notoriedad José Luis Rodríguez Zapatero. Digo inicialmente, porque después se ganó a pulso y entre algunos círculos del poder el apodo de Marmolillo. Pero de todos ellos, el mote que consiguió la unanimidad socialista fue el referido a Suárez como tahúr.

Lo que jamás hubiera podido imaginar el desaparecido presidente del gobierno es que con el paso de los años iba a ser reivindicado por un secretario socialista. Mucho menos se le hubiera ocurrido pensarlo al ocurrente Guerra. El caso es que Pedro Sánchez, al que esta vida le reservará con toda seguridad algún que otro distinguido mote, ha acabado invocando a Suárez para ampliar su inabarcable oferta política.

El problema es que a veces, con tanto bandazo de la izquierda indigente al centro, Sánchez da la impresión de que no sabe qué hacer ni a quién encomendarse.

A los españoles, a su vez, les puede entrar la duda de con qué PSOE quedarse, si con el que consideraba a Suárez un jugador fullero o este actual que lo pone de ejemplo para alcanzar el cielo, digo el centro. Probablemente a esta hora más de uno se esté haciendo la pregunta.

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