Esta gente que cree que diez millones de españoles (como mínimo) va a votar a una opción entre populista y neocomunista. Se lo oigo tanto a jovenzuelos que sienten la historia en los bajos, como si fuera ladillas, como a puretas que tú bordaste en rojo ayer. Repiten como esperanzadas cacatúas la penúltima ocurrencia (mentirosa) de Pablo Iglesias: "No queremos sobrepasar al PSOE, sino al PP". Obviamente Iglesias y sus compañeros de dirección saben que eso es imposible; quizás Alberto Garzón sea tan bobalicón que se lo cree. Me pasma que tanta gente que enarbola el puño en alto, y pretende nacionalizaciones instantáneas como el colacao, y negarse a pagar la deuda externa, y convocar un referéndum para decidir si Cataluña continúa o no integrada en el Estado español y vocifera su apoyo a los gobiernos de Cuba o Venezuela, en fin, creen sinceramente que tales opiniones, propuestas o anhelos sean mayoritarios. No lo son, y deberían saberlo, como lo saben Iglesias, Errejón et alii. La alianza electoral entre Podemos e Izquierda Unida puede llevarles a convertirse en la primera fuerza electoral de izquierdas, pero en el mejor de los casos no superaría los noventa diputados. Pero prácticamente todos los que ganaría respecto a los comicios del pasado diciembre se los quitaría al PSOE, de manera que la suma de izquierda y centroizquierda sigue siendo insuficiente para alcanzar la mayoría absoluta. Estamos más o menos en las mismas, porque la intención de voto al PP sube ligeramente, pero casi en la misma proporción baja la de Ciudadanos.

La fantasía de la unión hipostática de las izquierdas, que fusionara su bondad divina con su episteme terrena, ha sido tan religiosamente esperada, es tan prodigiosamente potente que arrastra cualquier prudencia. Quizás a medio plazo, cuando haya acabado la digestión de IU y el PSOE se haya reducido a un partido cuasitestimonial, Podemos podrá presentarse con cierta garantías de convertirse en una mayoría minoritaria. Actualmente es imposible porque, como en todas las sociedades liberales dotadas de derechos constitucionales y con democracias parlamentarias, el pluralismo es activo, transversal y definitorio. Un amplísimo sector de la sociedad española seguirá votando a opciones conservadoras y liberales, más o menos reformistas o más o menos inmovilistas. La vieja fantasía de un pueblo en marcha en la ruta hacia la desaparición de las contradicciones económica y en la construcción de un modelo social ex novo es incompatible, simplemente, con los principios de una democracia representativa, las reglas de interacción política y la independencia y separación de los poderes del Estado. Pero no es el momento de un mínimo realismo, sino de azuzar la esperanza escatológica a todos: a los que quieren castigar con su voto, a los que persiguen afanes reformistas, a los que mueve ilusiones e ilusionismos revolucionarios, a los decepcionados con el PSOE o los que dejaron de votar a IU porque nunca ganaba, a los que quieren riesgo y fiesta y allá vamos. En definitiva, a los que saben lo que no quieren, pero no tienen ni idea en donde se están metiendo.