El expresidente del Uruguay, José Mújica, ha declarado que Nicolás Maduro "esta loco como una cabra". Cuando Mújica suelta enormidades semejantes a propósito de la izquierda o un izquierdista, inmediatamente se corrige? "Todos están locos en Venezuela", vino a decir casi inmediatamente después. Sin embargo, el motivo de su primera reacción es lo significativo. Maduro había acusado grotescamente al secretario general de la Organización de Estados Americanos, el ex ministro de Exteriores uruguayo, Luis Almagro de ser "un agente de la CIA". Mújica conoce muy bien a quién fue su leal canciller y reaccionó con estupor al escuchar la imbecilidad de Maduro. "Almagro no es un funcionario de la CIA, sino un tipo honesto y un esclavo del Derecho", completó Mújica. No creo que los chavistas le hagan mucho caso. A los símbolos se les rinden saludo, no se les escucha.

Almagro paga así la osadía de pronunciarse críticamente respecto al Gobierno venezolano. Ha caído como un pez en la explicación universal del chavismo arrinconado. Una explicación que evita cualquier expiación. Si Venezuela está arruinada es culpa de la CIA. Si en Venezuela mueren niños recién nacidos porque no funcionan correctamente las incubadoras la culpa es del Pentágono. Si la persecución de la iniciativa empresarial privada y la estatalización furibunda y una fantasía de reforma agraria han fracasado es por el miedo que tiene el capitalismo globalizado a que triunfen. Si Maduro y sus ministros son tan rematadamente necios que atacan la inflación subiendo los salarios --públicos - en vez de flexibilizar la política cambiaria es que el Club Bilderberg está detrás. Si Petróleos de Venezuela SA ha conseguido que se extraiga menos crudo y gas natural, y el coste de extracción haya aumentado grotescamente, la responsabilidad no es de Maduro y sus compinches, sino de Obama y los suyos. Lo mismo ocurre con el desabastecimiento del país, con el retraso en cobrar sueldos y pensiones, con la violencia asesina que en calles, plazas y vías de transporte se cobra miles de asesinados (y decenas de miles de violadas) todos los años, en los síntomas de una corrupción sistematizada que salpica hasta el cuello a civiles y militares del régimen. Ocurre lo que todos sabíamos lo que ocurriría: que el Gobierno madurista se propina un golpe de Estado y suspenden las muy débiles garantías constitucionales para anclar un estado de excepción. Porque las garantías constitucionales - por ejemplo, la posibilidad de apartar al presidente de la República de su magistratura - son válidas para el chavismo, pero no pueden ser utilizadas por ninguna otra fuerza política, aunque haya ganado las elecciones. Los descerebrados que insistían en que, mira, gana la oposición en Venezuela, y no pasa nada, no saben hasta que punto tienen razón. El chavismo no está dispuesto a abandonar el poder gane quien gane las elecciones. Se sabe en una posición tan débil que no les ha bastado con controlar la Corte Suprema o el Consejo Electoral Nacional para evitar el revocatorio. Han tenido que sacar los tanques a la calle. El chavismo empezó con un golpe de Estado no precisamente incruento y quizás acabe con otro todavía más cobarde y más cruel.